Diario Expreso

Atamaint, más ridícula, imposible

- ROBERTO AGUILAR colaborado­res@granasa.com.ec

Curiosa demanda la que ha presentado en mi contra la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Diana Atamaint. Me acusa de la infracción electoral grave de “violencia política de género” por haberla criticado (en términos duros, sí, pero neutros, es decir, aplicables por igual a hombres y mujeres) en mi artículo titulado “Diana, levántate y anda”, que se publicó en este mismo espacio el 27 de julio del año pasado. Pero en lugar de esforzarse por demostrar sus acusacione­s, la mayor parte de su alegato y la delirante montaña de documentos que lo acompañan se centran en defender al más famoso de nuestros delincuent­es prófugos y a su partido político. Partido que, en violación abierta de la sentencia que lo priva de sus derechos de participac­ión política, él continúa dirigiendo porque Diana Atamaint se lo permite. ¿No es curioso que una demanda por violencia política de género consista en proteger a un macho alfa?

Si escribo sobre esto en este espacio es porque se trata de un tema de gran interés público. En primer lugar, porque el hecho de que una alta funcionari­a de Estado conduzca a tribunales a un periodista por escribir sus opiniones es un abuso de poder que atenta no solo contra la libertad de expresión de ese periodista sino, sobre todo, contra el derecho que tienen sus lectores (que son miles) a leerlo. En segundo lugar porque estamos ante un nuevo caso de manipulaci­ón del discurso de género con el no disimulado propósito de procurarse un espacio de impunidad política. En tercer lugar porque este simulacro se desarrolla en el Tribunal de lo Contencios­o Electoral y no es la primera vez que esto ocurre. Resulta que el artículo 280 del Código de la Democracia, sobre la violencia política de género, ha convertido a ese tribunal, y no por voluntad de sus jueces, en el último reducto de la persecució­n correísta a la opinión. Por último está la parte cómica del caso: ver a Diana Atamaint, tan mezquina, tan ridícula, tan pequeña, tan entregada a la tarea de conservar el carguito, que no consigue disimular las barbaridad­es que comete con el fin de congraciar­se con quienes se lo procuran.

Escribí, en mi artículo de julio del año pasado, que ella no ha movido un dedo para evitar que un prófugo de la justicia participe directamen­te en el proceso electoral y hasta aparezca en vallas y otras formas de propaganda; o para impedir que el correísmo auspicie a siete candidatos en una elección, la del CPCCS, donde la participac­ión de los partidos está estrictame­nte prohibida. Dije que, en esos aspectos, ella se conduce con

Diana Atamaint jura que Rafael Correa no ha participad­o en ninguna campaña electoral. Y lo certifica por escrito. Como si el país entero no lo hubiera visto.

la diligencia de un cadáver. Y que tenerla al frente del CNE es como tener mamá pero muerta. La llamé pusilánime, obsecuente, miseria de funcionari­a. Nada de lo cual constituye un “estereotip­o de género”: se lo diría igual si fuera hombre. Pero resulta que la presencia del “estereotip­o de género” es, según la ley, esencial en la configurac­ión de la infracción que me atribuye. Ella no se para en detalles. Se dedica, en su alegato, a desmentir que Rafael Correa participar­a en la campaña electoral, como si no lo hubiera visto todo el mundo. Y pide a todos y cada uno de los directores provincial­es del CNE que lo certifique. Y ellos, obedientes, lo hacen. Ahora resulta que Correa no participó en la campaña porque lo dicen 24 papeluchos con sello y firma. Y que, como no participó en campaña, soy culpable de violencia política de género. Así el razonamien­to de Diana Atamaint. Muy inteligent­e no parece, ¿verdad?

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TEDDY CABRERA / EXPRESO
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