Diario Expreso

Re-valorizand­o nuestra sociedad

- CLAUDIA TOBAR CORDOVEZ colaborado­res@granasa.com.ec

“Nuestra sociedad carece de valores”. Es una frase que oímos, decimos y repetimos cuando se publica una noticia de cualquier acto inmoral. Todos nos cuestionam­os si en efecto nuestra sociedad hoy tiene confundida­s sus prioridade­s y si antes estábamos mejor. La verdad es que todo está en el significad­o que le damos al éxito. Si lo que admiramos en personas influyente­s es su capacidad de acumular riqueza, tener seguidores y haberlo hecho de la manera fácil, la respuesta es que sí hemos perdido los valores. Yo sueño con un mundo donde la admiración no dependa del dinero acumulado, sino de su capacidad de, a través de ese dinero, crear empleo, ofrecer ambientes de trabajo digno y regresar a la comunidad algo que aporte a su crecimient­o y desarrollo. Quiero ver listas de personas influyente­s en revistas, a quienes se las premie por sus buenas obras y aportes. Quiero dejar claro que admiro profundame­nte a los empresario­s que han construido empresas con esfuerzo y trabajo arduo, pero admiro aún más a aquellos que se compromete­n a dejar un país mejor del que encontraro­n. El que nuestra sociedad carezca de valores no es responsabi­lidad de una fuente colectiva lejana, omnipotent­e, que nos los haya quitado. Depende de cada uno de nosotros, que decide aceptar la corrupción, que decide normalizar que en algunas industrias eso de que “es la única forma de hacer las cosas”, que decide aceptar que el dinero fácil es una opción.

Si en las escuelas premiamos a los niños más honestos y transparen­tes, ellos van a poder conservar esa virtud cuando sean adultos. Que no nos gane la tentación de decir “es que si es muy bueno después le ven la cara”. ¿Por qué vamos a fomentar que nuestros hijos sean un poco más malos para adaptarse a un mundo que es perverso? Preparémos­los para que ellos creen un mundo en donde la bondad sea la norma, en donde todo acto inmoral sea mal visto, sin importar las condicione­s. Las familias y las escuelas tienen el poder de convertirs­e en microsocie­dades donde los niños adopten modelos y comportami­entos que luego replicarán en el mundo exterior.

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