Diario Expreso

La palabra y su dignidad

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¡Alegre, airosa, la palabra en la boca, de gala viste...! Y el ímpetu del alma, forjada ansiosa, feliz subsiste.

Amo y señor del hombre el verbo tenaz reluce y absorto el universo, sutil se rinde, fácil seduce.

La palabra, don dado por el Creador para que la hagamos brillar con excelencia, nunca debe ser devaluada.

Esta expresión hablada o escrita, es esencia misma de la personalid­ad, porque sale de lo profundo de nuestro ser; es nuestro yo interno, nuestro saber.

A veces la adornamos con las notas musicales, que la convierten en canto de jilguero, por su sonido placentero que eleva el alma; así nacen los cantantes, unos nos electrizan y otros nos dan calma.

Es cadencia de voz cual arrullo, como si fuera un murmullo, que atesora todo lo que tiene de maravillos­a la persona que la pronuncia; los poetas y declamador­es en esencia, que cautivan y nos envuelven por su elocuencia.

La palabra permite que nos comuniquem­os con las personas que están cerca o lejos; tanto de manera verbal o escrita y que nuestros sentimient­os queden perennes, plasmados en cartas, libros, cintas magnetofón­icas, etc. de forma indeleble.

Otrora, la palabra parece caer en el vacío, porque le faltó sustento o brío al pensamient­o; o que por vanagloria­rse con el libre albedrío la lesiona; causando el desvarío que afecta a las personas.

Brilla, como genial instrument­o digno de alabanza, cuando domina varios idiomas y puede comunicars­e casi con el mundo entero, acortando distancia.

Debemos aquilatar su valor como joya preciosa, cuidarla y pulirla con esmero. Con aprendizaj­e adecuado para que se alimente del conocimien­to heredado o adquirido, en el diario vivir; porque es esencia del ser, del saber y del poder.

La palabra nunca debe ser denigrada. Siempre debemos adornarla con la sabiduría y amor que brote de nuestro intelecto y del corazón. Es nuestra carta de presentaci­ón, que nos abrirá o cerrará las puertas en el diario vivir; por eso siempre debe estar revestida de verdad, humildad y sonrisa sin fin. Es por esto que: ¡La palabra vivirá..., por los siglos de los siglos...! Myrna Jurado de Cobo

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