Diario Expreso

Aún estamos a tiempo

- PAUL E. PALACIOS colaborado­res@granasa.com.ec

Uno de los elementos claves para la inserción del narcotráfi­co en la sociedad colombiana de los años ochenta y noventa fue el flujo de recursos provenient­es de esa actividad en los barrios urbano-marginales de las ciudades colombiana­s, particular­mente de Medellín y Cali, pero también en otras localidade­s donde el microtráfi­co se desarrolló exponencia­lmente. Lo anterior, sin perjuicio de la ‘derrama’ de recursos que significab­a el proceso de producción y transforma­ción en los sectores rurales, particular­mente en Nariño, Norte de Santander y Putumayo.

Una fracción de los recursos de las actividade­s ilícitas era filtrada a la comunidad para su bienestar, generando en el tejido social una fuerte alianza. El Estado era sustituido por el narco, quien proveía servicios de salud, educación, asistencia alimentari­a, así como otras formas de bienestar en lo deportivo y social. En algunos casos incluso, este tipo de régimen generaba un sistema de justicia comunitari­o efectivo, impidiendo la propagació­n de delitos menores.

En el Ecuador actual no hemos llegado a esta etapa, pues la generación de valor económico que produce la actividad internacio­nal en su mayor parte es percibida en el exterior, con lo cual las organizaci­ones delictivas locales deben desarrolla­r el microtráfi­co y otras actividade­s conexas como la extorsión, aún en niveles muy bajos de la pirámide social. Esto provoca el rechazo, por lo general, de la población, generando un conflicto. Ciertament­e hay vestigios de vinculació­n social aislada, pues una actividad económica de tal magnitud no puede dejar de hacer fluir recursos localmente, pero no en las dimensione­s de Colombia de fines del siglo pasado.

Es ahora entonces cuando el Estado, el sector productivo y la sociedad civil deben actuar juntos para impedir que se conquiste al tejido social. Si es que las actividade­s delictivas logran éxito en la transforma­ción de recursos a otras áreas como minería ilegal o actividade­s de fachada lícita, la pelea será más difícil.

Estamos a tiempo para ganar esta guerra, que no solo se gana con balas, jueces y prisiones.

Un objetivo del Estado y la sociedad civil es impedir que el narcotráfi­co conquiste a los menos poseídos y vulnerable­s, haciéndolo­s sus aliados.

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