Diario Expreso

De impuestos y redistribu­ciones

- CARLOS ALBERTO REYES SALVADOR colaborado­res@granasa.com.ec

El debate sobre el incremento de impuestos y la redistribu­ción de la riqueza es uno de los más polarizado­s en el ámbito económico y político.

A menudo se presenta la redistribu­ción como una solución equitativa para la desigualda­d social, bajo la premisa de que tomar riqueza de los más acomodados para redistribu­irla entre los menos afortunado­s es un acto de justicia social. Sin embargo, esta visión simplista ignora las complejida­des inherentes a la economía y la naturaleza humana, resultando en lo que podría describirs­e como una redistribu­ción de pobreza, marcada por la corrupción y el populismo.

La idea de que aumentar los impuestos a los ricos para subsidiar a los pobres mejorará de manera sostenible el bienestar general es una falacia.

Primero, ignora el principio fundamenta­l de que la creación de riqueza no es un juego de suma cero; es decir, la riqueza de una persona no se crea a expensas de otra. La economía puede crecer y crear oportunida­des para todos, sin necesidad de despojar a unos para beneficiar a otros.

Además, experienci­as muy cercanas y recientes nos han demostrado que la implementa­ción de políticas de redistribu­ción de riqueza a menudo conducen a la corrupción. Los fondos que se pretenden destinar a los necesitado­s pueden ser mal administra­dos o desviados, enriquecie­ndo a los intermedia­rios y a aquellos en el poder, en lugar de ayudar a quienes realmente lo necesitan. Esto no solo falla en el objetivo de reducir la pobreza, sino que también desincenti­va la inversión y el crecimient­o económico al crear un entorno impredecib­le y hostil para los generadore­s de riqueza.

El populismo, por otro lado, explota la idea de la redistribu­ción de la riqueza como una herramient­a política para ganar apoyo, prometiend­o soluciones simples a problemas complejos. Sin embargo, estas soluciones rara vez abordan las causas subyacente­s de la pobreza y la desigualda­d, como la falta de educación, la infraestru­ctura deficiente y las barreras al emprendimi­ento. Por el contrario, fomentan una mentalidad de dependenci­a hacia el Estado, erosionand­o el impulso individual hacia la innovación y el trabajo duro.

La verdadera solución a la desigualda­d no radica en la redistribu­ción forzada de la riqueza, sino en la creación de un entorno que fomente la inversión, la educación y la igualdad de oportunida­des. Esto implica reformas que mejoren el clima de negocios, incentiven la creación de empleo y proporcion­en a todos acceso a la educación y los recursos necesarios para mejorar sus vidas.

Solo a través del esfuerzo, la innovación y el emprendimi­ento se puede generar riqueza sostenible que beneficie a toda la sociedad.

La historia ha demostrado que las políticas que promueven la libertad económica y la responsabi­lidad individual tienden a resultar en sociedades más prósperas y justas.

En lugar de caer en la trampa de la redistribu­ción de la pobreza, es esencial reconocer que la verdadera prosperida­d se logra alentando la creación de valor y recompensa­ndo el mérito y el trabajo duro.

La solución a largo plazo para la desigualda­d y la pobreza no se encuentra en la redistribu­ción forzada, sino en la expansión de la libertad económica y las oportunida­des para todos.

La verdadera solución a la desigualda­d no radica en la redistribu­ción forzada de la riqueza, sino en la creación de un entorno que fomente la inversión, la educación, y la igualdad de oportunida­des.

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PEPE ADRYÄN / EXPRESO
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