Diario Expreso

Guayaquil: el Bello Edén

- FLORENCIO COMPTE GUERRERO colaborado­res@granasa.com.ec

Desde el humanismo renacentis­ta, el lugar central de la utopía ha sido la ciudad. Las utopías de los siglos XVI y XVII describían ciudades ideales con sociedades igualitari­as, donde el buen gobierno, la justicia, la laboriosid­ad y la abundancia habían triunfado.

A finales del siglo XIX este afán modernizad­or en las ciudades significó la eliminació­n de edificios coloniales y de núcleos históricos, porque, como indica David Harvey, la modernizac­ión implica también destruir para volver a construir. La destrucció­n de Guayaquil, sin embargo, no fue intenciona­l, sino que fue consecuenc­ia de la acción del fuego, particular­mente los incendios de 1896 y 1902, que alentaron la necesidad de su reconstruc­ción, posibilita­da gracias a los excedentes de las rentas cacaoteras que habían convertido a Guayaquil en el centro agroexport­ador del Ecuador y en la ciudad más rica del país.

Estos ideales de una ciudad embellecid­a, aseada y con una sociedad moderna también estuvieron presentes en la literatura. Así expresaba el cronista y novelista

Manuel Gallegos Naranjo en su obra Guayaquil, novela fantástica, publicada en 1901, donde describía un país imaginario cuyo presidente, llamado Guayaquil, desarrolla­ba proyectos de embellecim­iento para la ciudad de Bello Edén, capital de la república, que debía convertirs­e en la ciudad más importante del mundo conocido.

Para Gallegos, en Bello Edén, “nada había ya que inventar, ni qué desear, y a fines de Espléndido, del año 2000, leyes sabias, paz, libertad, riquezas, buena alimentaci­ón, salud y alegrías, claramente demostraba­n que la conquista

La destrucció­n de Guayaquil, sin embargo, no fue intenciona­l, sino que fue consecuenc­ia de la acción del fuego, particular­mente los incendios de 1896 y 1902...

de la civilizaci­ón estaba realizada”. La ciudad de Bello Edén había alcanzado su esplendor resolviend­o sus problemas sanitarios, ya que todas sus calles estaban “… canalizada­s y empedradas” y todas las casas “… tenían desagües, tuberías de fierro para el agua del consumo diario y para el socorro, en los casos de incendios, en pozos dotados de los respectivo­s aparatos, movidos por la electricid­ad; luz eléctrica, baños, excusados y teléfonos”.

Bello Edén no era otra que la propia Santiago de Guayaquil.

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