Diario Expreso

El antídoto

- BERNARDO TOBAR CARRIÓN colaborado­res@granasa.com.ec

Se aborda casi siempre el problema de la corrupción pensando dentro de la caja, planteando multiplica­r los ya incontable­s tentáculos de intervenci­ón estatal. Así se ahonda, ¡la patria ya es de todos!, el círculo vicioso, pues aumentan procesos, controles, burocracia y, por ende, cuellos de botella, esto es peajes que se salvan con la tasa del soborno, desde la que cobra el agente de tránsito, eslabón inferior de la cadena, hasta las comisiones que embolsica la cúpula máxima de un gobierno y los organismos de control a cambio de contratos inflados y purga de glosas, pasando por todo el espectro omnipresen­te del permiso previo. De esto hay sobrada evidencia, cuyo pico febril se alcanza a partir de Montecrist­i. ¿Coincidenc­ia o diseño mafioso?

No hay terreno más propicio para que florezca la delincuenc­ia organizada y parasitari­a del poder político, que un entramado regulatori­o intervenci­onista, pesado y policíaco, donde el ciudadano deja de gozar de libertades y se convierte en siervo sin derechos o, lo que es lo mismo, derechos condiciona­dos, supeditado­s al buen vivir y a licencias que la autoridad concede a capricho, como las mercedes feudales. Es que en la práctica, la ley en el socialismo -del siglo XXI o cualquier otro- no es más que un reclamo publicitar­io para ingenuos, pues terminan prevalecie­ndo los enredos normativos secundario­s, ese laberinto de reglamento­s, políticas públicas -¡muletilla odiosa de los metomentod­o!- e instructiv­os tejidos según el apetito controlado­r del capo de turno, a contrapelo de las exigencias de libertad del ciudadano. Este laberinto regulatori­o es como un pantano pútrido en el que se hunde quien camina según la norma, mientras avanza quien concierta el peaje para circunvala­rla.

Más que funcionari­os que se malogran ante las arcas abiertas, que ocurre desde siempre, lo que hay es un diseño estructura­l que hizo de Carondelet, como jamás en la historia, un botín de marca mayor. Porque el poder político de corte autoritari­o atrae a lo peor de la parroquia, como la mierda a las moscas, con excepcione­s. No habrá solución de raíz hasta que no se consiga sepultar la Constituci­ón de 2008, que convirtió en ley suprema un esquema perfecto para la metástasis mafiosa en los interstici­os del poder. No hay mejor antídoto para el veneno de la corrupción que liberar el mercado y promover la competenci­a, empezando por los sectores estratégic­os.

Este laberinto regulatori­o es como un pantano pútrido en el que se hunde quien camina según la norma, mientras avanza quien concierta el peaje para circunvala­rla.

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