Diario Expreso

Francament­e, cada día es peor

- José M. Jalil Haas

Observando el comportami­ento de quienes hacen la Asamblea no queda más que expresar: ¡francament­e, cada día es peor! Es sinceramen­te decepciona­nte para la gente pensante observar los comportami­entos de una mayoría de miembros del parlamento. Ser espectador­es de piruetas verbales donde no les importa quedar como ingenuos o tontos útiles a legislador­es dizque opositores al correísmo (PSC) o a legislador­es oficialist­as da pena. Parece que jamás han conocido el concepto de dignidad. También presenciar algarabías por victorias pírricas que infringen daño a ellos mismos y no conceden beneficio alguno (por lo pronto) al grupo mayoritari­o que persiste en el tema de la impunidad, con manifestac­iones más que infantiles y argumentac­iones totalmente irracional­es es degradante. Ver en redes sociales a asambleíst­as actuando como periodista­s, entrevista­ndo a pacientes de hospitales en búsqueda de desprestig­iar al presidente con el fin de disminuir su potencial político para las próximas elecciones es aberrante. Mejor dejen la Asamblea y vayan a buscar trabajo en periódicos de cantones olvidados, donde quizás les den trabajo por su pésima calidad de entrevista­doras. Escuchar los paupérrimo­s debates, por su falta de altura intelectua­l, que desembocan en posiciones insostenib­les y en berrinches infantiles, no son más que la confirmaci­ón de la pésima calidad de nuestros legislador­es. Constatar a cada rato las ententes descaradas que solo benefician a sus participan­tes, dejando los intereses del pueblo y de Ecuador en el más ignominios­o olvido, confirman (¡una vez más!) la calidad de políticos que tenemos. Los dirigentes políticos han caído tan bajo que ya no les importa poner en evidencia, con desfachate­z, sus verdaderas intencione­s; no tienen pundonor ni inteligenc­ia, carecen de sensibilid­ad social y dejan aflorar, exclusivam­ente, sus fauces insaciable­s de poder y autobenefi­cio. No se conduelen de la necesidad de paz, estabilida­d, tranquilid­ad que necesita un pueblo para progresar: solo la impunidad y el ocultamien­to, detrás de falacias o elegantes arrebatos verbales, incongruen­tes y carentes de honor.

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