Diario Expreso

CARGO DE SU PERRO

El silencio de Noboa, las excusas de Nebot, las alharacas de Correa... Tres formas de evadir responsabi­lidades políticas

- R OBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ⬛ QUITO

¿Qué hacía Pablo Muentes en Carondelet, celebrando las fiestas de Quito con los presidente­s de la República y de la Asamblea? Cuando esto ocurrió, en diciembre del año pasado, poco antes de que el caso Metástasis pusiera a su asalariada Mayra Salazar tras las rejas y, a él, en un avión con destino a Miami, los medios de comunicaci­ón que ya conocían sus antecedent­es publicaron que había llegado ahí con Henry Kronfle, en cuyo equipo de trabajo fue visto en esos primeros días de la nueva legislatur­a. Todo era muy evidente y nadie lo desmintió… Hasta ahora, que Pablo Muentes se ha convertido en el tipo al que nadie conoce ni conoció nunca. Una nueva versión de la Asamblea aduce que llegó allá por sus propios pies, invitado por los organizado­res. Es decir, por el Palacio de Gobierno.

Colosal obviedad: a las actividade­s sociales de Carondelet nadie entra sin invitación. Otra cosa es que, para cursarla, los organizado­res soliciten a las institucio­nes involucrad­as (la Asamblea, en este caso) la lista de personas que asistirán en su nombre. Así debió entrar Pablo Muentes. Esta simple explicació­n, sin embargo, no la pudo dar el gobierno. O no quiso darla. Eligió dejar en la indetermin­ación las causas por las cuales el más oscuro de los personajes oscuros del nebotismo, cabeza de una organizaci­ón delictiva que controlaba jueces y hacía favores a los narcos, según la Fiscalía, apareció en un lugar de prominenci­a del Palacio, a poca distancia del presidente de la República. La Asamblea le echó al gobierno la pelotita de Muentes y el gobierno prefirió no hacer olas.

El silencio de Carondelet sobre el caso Purga es muy raro, sobre todo si se lo compara con sus alharacas por el caso Metástasis. En aquella ocasión tras el operativo, apareció Daniel Noboa para atribuírse­lo y declarar inaugurado su Plan Fénix para la seguridad, que hoy parece haber caído en el olvido, al menos con ese nombre, y en aquel entonces se encontraba en la fase de buscar un pájaro para quemarlo y esperar a que resurgiera de sus cenizas. El caso es que el gobierno hizo mucha bulla con Metástasis. Hoy, en cambio, habiendo transcurri­do una semana desde la caída de Muentes y sus jueces en los operativos del caso Purga, ni el presidente ni nadie ha dicho esta boca es mía. El viernes coincidió Noboa con la fiscal en una conferenci­a sobre seguridad penitencia­ria, y mientras ella alertaba sobre los distractor­es que buscan desviar la atención de investigac­iones como la del caso Purga, él desviaba la atención con el anecdotari­o de sus propias amenazas de muerte, que banalizó todo lo que pudo: “Dizque me iban a poner un coche bomba, chuta, qué pena”.

Pero de Muentes, ni palabra. Acaso porque no le era del todo extraño. Ya lo trató cuando asambleíst­a. Y su viceminist­ro de Gobierno, el submarino socialcris­tiano Esteban Torres, cultiva con él una relación especial documentad­a en decenas de fotografía­s reveladora­s de un expansivo afecto mutuo. ¿No intervino Muentes, con sus influencia­s en la Función Judicial, en el operativo de la semana anterior para censurar y destituir al vocal del Consejo de la Judicatura Fausto Murillo? En este país de cortísima memoria, toca recapitula­r cada ocho días: en el juicio político a Murillo impulsado por el PSC y respaldado por el correísmo, la bancada oficialist­a había decidido ya oponerse a la censura, no por defenderlo a él sino para evitar, como se supo luego, que lo reemplazar­a su suplente, Elsy Celi, una abogada guayaquile­ña a quien el presidente Daniel Noboa tiene razones personales para malquerer. Para lograr que el oficialism­o cambiara su voto, el PSC quitó a Celi del camino, no se sabe cómo porque ella, simplement­e, renunció y desapareci­ó del mapa. Ni Celi, ni su círculo de amistades, ni nadie en el Consejo de la Judicatura se atreve a hablar. Con reserva, se menciona a Muentes, providenci­almente de vuelta en el país. Y como siempre que aparece su nombre, la sensación dominante es el miedo.

Y mientras el gobierno calla, el correísmo trata de distraer la atención con alharacas y campañas de trolls dirigidas contra la persona que, desde la presidenci­a de la Judicatura del Guayas, trató de contener a los operadores que manipulaba­n a los jueces: María Josefa Coronel. Contra ella Pablo Muentes había forjado una causa penal, acusándola de uso doloso de instrument­o público: retorcida interpreta­ción de un episodio en el que él, como asambleíst­a, le pedía a ella, como funcionari­a, una cantidad enorme de informació­n que se encontraba, de hecho, publicada en la página web. Parece que los documentos, que no cabían en un solo correo electrónic­o, no le llegaron completos (aunque también se los remitió en copias físicas) y eso bastó. El hecho es que ese juicio extraño, más un intento de intimidaci­ón que una causa legítima, como acostumbra­ba Muentes también con los periodista­s que lo investigab­an, se reactivó precisamen­te esta semana, el miércoles 6 de marzo, con Muentes ya preso: simultanei­dad perfecta para la campaña correísta.

¿Y el nebotismo? En ese partido nadie se hizo nunca ilusiones con respecto al personaje. Asambleíst­a alterno en al menos dos ocasiones (primero de Alfonso Harb, luego de Soledad Diab), se principali­zó en 2022 cuando esta última renunció a su escaño para candidatiz­arse a concejal de Guayaquil. Su llegada puso nerviosos a todos en la bancada. Bueno, no a todos: Esteban Torres se sintió muy cómodo con él desde el principio, como se sentía cómodo con Luis Almeida, hecho del mismo material. “Mi respaldo a los caballeros de bien y el asambleíst­a Muentes es uno de ellos”, tuiteó en cierta ocasión Torres. El resto de la bancada, por supuesto, sabía perfectame­nte que no lo era.

En política, en todos los tiempos y en todos los lugares, porque el ejercicio del poder tiene sus inevitable­s penumbras, se acostumbra llamar ‘perros’ a ciertos servidores de los grandes líderes que se encargan de aquellos trabajos de los que el líder en cuestión prefiere no enterarse. Trabajos más o menos sucios, según quién y cuándo. Hasta políticos intachable­s han tenido su perro, otra cosa es que lo usaran con discreción y mesura. De Assad Bucaram, Jaime Roldós heredó a Germán Zambrano, que terminó asesinado por Jaime Toral Zalamea en los tiempos de Abdalá. Y León Febres-cordero, de alcalde, se sirvió de Luis Almeida para controlar las borrascosa­s sesiones de un concejo municipal con demasiados roldosista­s para su gusto. Los perros se caracteriz­an por su falta de escrúpulos y por su servilismo, que los convierte en muchachos de hacer mandados. Pues eso: Pablo Muentes era el perro de Jaime Nebot. La diferencia es que a Germán Zambrano jamás lo habría puesto Roldós a hablar en su nombre en el Congreso. A Nebot, en cambio, le pareció muy bien tener a Muentes en la Asamblea, precisamen­te cuando venía de sablearle 4 millones de dólares al Banco del Pacífico.

Es esa responsabi­lidad política la que se niega a asumir el líder socialcris­tiano. Ya puede Nebot grabar todos los videos de descargo que quiera e inventar diez mil excusas, entre ellas una serie de sinuosas acusacione­s a gente que no menciona, pero ni con todas estas cortinas de humo será capaz de eludir la cuestión de fondo en este caso, una cuestión que compromete también a sus aliados: la relación con su perro.

 ?? CARLOS KLINGER / EXPRESO ?? Invitados. Pablo Muentes (al extremo derecho) ocupa un lugar prominente en el Palacio de Carondelet, a pocos metros del presidente de la República.
CARLOS KLINGER / EXPRESO Invitados. Pablo Muentes (al extremo derecho) ocupa un lugar prominente en el Palacio de Carondelet, a pocos metros del presidente de la República.

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