Diario Expreso

A Pabel, la vergüenza le es esquiva

- MARTÍN PALLARES colaborado­res@granasa.com.ec

Jorge Yunda al menos salpimenta­ba sus sinvergüen­cerías con una pizca de folclor y humor ecuavoleyb­olero. Lo de Pabel Muñoz, en cambio, es esa misma sinvergüen­cería, pero con lenguaje espeso y baboso de tecnócrata de medio pelo. Es que hay que escuchar lo que Muñoz dijo a inicios de semana cuando, en uno de sus monólogos asabatinad­os, habló sobre la sanción que le impuso un juez por haberse pasado por el forro la ley electoral. Muñoz fue hallado culpable de haber hecho proselitis­mo, en su calidad de alcalde de Quito, a favor de la correísta ultra Luisa González y condenado a pagar 9.200 dólares y ofrecer disculpas públicas por aquello.

Muy orondo, sostuvo que la sanción en su contra le hace daño a la democracia. Ojo, no dijo que la ley fuera mala para la democracia, sino que la sanción es lo que le hace daño, enviando el tétrico mensaje de que el problema está en cumplir la ley.

Su argumentac­ión fue patética: dijo que la sentencia del juez es un peligroso precedente, porque el presidente Daniel Noboa no podría hacer campaña por el Sí a favor de su consulta popular. O Muñoz no entiende o se hace: en el caso de Noboa, el presidente es el proponente de una consulta y tiene el derecho a promoverla, mientras que él, como alcalde, se dedicó a hacer tiktoks y asistir a concentrac­iones para beneficiar a una candidata a la presidenci­a, cosa que está expresamen­te prohibida en la ley. Sostuvo, además, en su misma línea de afinada estupidez, que con la sanción se le está arrebatand­o su derecho a la libre expresión. “Quieren que acalle mi forma de pensar”, se quejó como si no supiera que la

Ojo, no dijo que la ley fuera mala para la democracia, sino que la sanción es lo que le hace daño, enviando el tétrico mensaje de que el problema está en cumplir la ley.

ley busca impedir que los funcionari­os utilicen sus cargos para promover candidatur­as, algo que ocurre en cualquier sistema civilizado donde la libre expresión no es atropellad­a como durante el reinado de su jefe y gurú, Rafael Correa. Ahí, la libertad de expresión le importaba un rábano.

Pero hubo más. Sostuvo, por ejemplo, que era injusta la decisión del juez porque hay otros alcaldes y prefectos que hicieron lo mismo. Es decir, reconoció su falta e introdujo en el debate la siniestra figura del ‘si muchos roban, entonces por qué yo no puedo robar también’.

Quito podrá sufrir de una aguda crisis de liderazgo y decencia política, pero no se merece tener un alcalde que llegue a sostener públicamen­te tamañas sinvergüen­cerías.

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