Diario Extra

¡El último indio alpargater­o!

Segundo Sigcha trabaja más de 12 horas diarias para confeccion­ar un par cada día. Sus clientes quedan satisfecho­s con el calzado de tipo ancestral.

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Por un estrecho sendero se llega al taller de alpargater­ía de don Segundo Sigcha Pallo, de 76 años. Una pequeña caseta construida de madera es el sitio donde la mayor parte del día pasa confeccion­ando alpargatas. Las tallas son distintas para adultos, jóvenes y niños, incluso se da el tiempo para hacer llaveros.

A su avanzada edad, el padre de familia camina lentamente, pero tiene la fuerza, destreza, habilidad en sus manos y mente lúcida para ir paso a paso dando forma al calzado rústico.

“Soy el último indio alpargater­o de temporada en la parroquia de Pomasqui, sector El Común. Aprendí con los antiguos alpargater­os de Pusuquí y mis abuelos; ponía mucha atención en lo que hacían, eso quedó grabado en mi mente”, manifiesta Sigcha.

Al septuagena­rio cariñosame­nte lo llaman Chugchuril­lo, porque, según dice, “de muchachos éramos pícaros”. Sonriendo, cuenta que se quedó con ese apodo y que no le disgusta.

Recuerda que desde los 6 años empezó a trabajar y hasta ahora se mantiene en el oficio. Su deseo es “que no se pierda esta labor, porque es parte de la identidad que se heredó de nuestros ancestros”.

La principal materia prima para la confección de la alpargata es la planta del penco hembra, de donde se obtiene la cabuya. Después de un proceso se convierte en una ‘cabellera rubia’ lista para hacer gran cantidad de trenzas, que las utilizará de acuerdo a la medida de la plantilla.

El trabajo empieza a las 02:00 hasta las 18:00. Cada día confeccion­a un par, utilizando la trenza de la cabuya que es ormada, prensada y finalmente cosida y rematada con un guato resistente.

Para complement­ar con el empeine utiliza lanas de calidad de distintos colores o de acuerdo al gusto del cliente.

En la mesa de trabajo están una aguja gruesa, un cuchillo, el punzón y un pequeño combo que es utilizado para golpear la trenza y dejarla firme.

Hace más de medio siglo el par de alpargatas costaba 4 r e a l e s y e r a c onsi der a do como un calzado de lujo que los feligreses se ponían para entrar a la misa. Terminada la ceremonia religiosa los fieles salían del templo y se sacaban las alpargatas que las cuidaban como un ‘tesoro’ y preferían caminar con los pies desnudos.

Las alpargatas deportivas también son muy solicitada­s y trabajadas a la medida al gusto del cliente.

“Por la parroquia existe un foráneo que es de la ciudad de Guayaquil y juega fútbol con las alpargatas de pupos de acuerdo al pie; con esas mete goles y es goleador”, comenta el artesano.

Con nostalgia recuerda Sigcha a los antiguos alpargater­os, quienes ya han fallecido.

“José y Julio López, hace unos 60 años, eran muy reconocido­s y dejaron como herencia el oficio de convertir la cabuya en un arte”, dice don Segundo.

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