Diario Extra

¡DEL INFIERNO A LA GLORIA!

Nacido en Guayaquil, a los 16 años se fue a Ambato, estuvo a punto de regresarse. Ahora lleva cuatro goles con el Macará. Hizo tres en la Copa Sudamerica­na y uno en la LigaPro.

- Jerson Ruiz /

Falló los goles que no debía ante Banfield e Independie­nte del Valle se eliminó de la Copa Libertador­es del 2018. Esa noche el mundo se le vino abajo, no sabía qué hacer. Luego eran noches en las que quería desaparece­r. Todos los dedos apuntaban que era el culpable. Hubo momentos en que pensó lo peor, pero en medio de todo ese infierno estuvo su esposa para darle apoyo.

Michael Estrada, ahora jugador del Macará de Ambato, en un año pasó de la tristeza del fútbol a la gloria que da la pelota cuando están de tu lado los goles.

El inconvenie­nte con Independie­nte lo marcó y le sirvió para palpar que en el final del partido solo están la familia y las personas que lo aprecian.

Ahora se trajo el balón de la Copa Sudamerica­na, después de meterle tres goles al Guabirá en el estadio Gilberto Parada, en la ciudad de Montero, en Bolivia. En la actualidad su equipo está en la segunda fase del torneo y fue partícipe de darle a los celestes el premio económico más grande que han recibido de la Conmebol, $ 675.000 más taquillas hasta ahora y van por los $ 500.000 de clasificar a los octavos.

Pero a este joven, de 22 años, nacido en el Guasmo, al sur de Guayaquil, ser jugador de fútbol le ha costado sacrificio­s. Cuando pasó momentos difíciles quiso dejar la pelota y dedicarse a cualquier cosa para llevarle el sustento familiar a su madre.

“No tienes idea lo que se me cruzaba por la cabeza, pero el amor de Dios y el apoyo de mi esposa me ayudaron mucho”, dice Estrada, a quien en su zona le llaman Kairo, el nombre que no le pudieron poner.

SUS INICIOS EN GUAYAQUIL

De pequeño jugaba pelota en su barrio porque le gustaba; la gente le decía que tenía pinta de futbolista, pero no les hacía caso. “Todos me decían que vaya a probarme en el fútbol, pero nunca fui, además en casa no había para el bus y se pasaban muchas necesidade­s para poder comer, no les iba a quitar lo poco que había en mi hogar para irme a entrenar”, expresa.

Recuerda que una sola vez fue a entrenar a Emelec, pero no pasó nada.

Un primo le decía que era bueno para jugar hasta que lo convenció que entrene en Patria, en la segunda categoría. Su madrecita quería que se dedique a jugar, debido a los buenos comentario­s que recibía.

Estaba por cumplir los 16 años, cuando el tren de la vida se detuvo en Ambato. El frío y el dejar a su familia hicieron al inicio que esté a punto de renunciar al sueño de jugar.

“Los directivos de Macará me apoyaron con un lugar para dormir, pero había días en que me deprimía el estar lejos de casa. No comía por eso, quería regresarme, era duro”, manifiesta el goleador de la Sudamerica­na.

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