CANANVAL coloso
Hay historias que giran alrededor de esta loma que adorna el cantón Pedro Moncayo, al norte de Pichincha, que sobreviven en relatos de los más ancianos del lugar.
Un frío vientecillo rodea las faldas de la loma Cananvalle, ubicada frente al poblado de Tabacundo, cabecera cantonal de Pedro Moncayo, al norte de Pichincha. Las nubes amenazan con desatar una fuerte lluvia, mientras el polvo se levanta con el paso de los poquísimos autos que circulan por esos viejos caminos.
“Mi abuelito conoce las historias que se cuentan sobre este cerro”, afirma Álex Quimbiamba, un joven parado en una de esas vías de tercer orden. El chico guía a un equipo de EXTRA hacia la residencia de su pariente, quien guarda en su memoria lo que alguna vez escuchó en torno al coloso tabacundeño, cuyos misterios han ido más allá de sus faldas.
La casa de Jorge Quimbiamba, de 74 años, está al pie del Cananvalle. Unos perros dan el recibimiento con sus
ladridos a los
desconocidos, mientras que el hombre permanece de pie junto a su esposa Melchora Farinango.
El morador fue protagonista de un momento bastante particular. Hace unos años, ellos fueron a la fiesta de San Pedro, celebrada cada junio.
Cerca de llegar a Cananvalle, a su actual residencia, Quimbiamba oyó música. Era tal el sonido que invadió al habitante que decidió seguir el ritmo.
Su esposa se quedó admirada porque ella no oyó nada. Él siguió su camino y se encontró con una duende. “Me dijo que espere y que no me mueva de aquí”, contó Quimbiamba. La pareja lo convenció de que no había nadie allí y se lo llevó al hogar.
Ahora, el relato apunta directamente hacia el cerro. Se dice que, en la antigüedad, había un hueco empotrado en el cerro. La creencia popular afirmaba que se trataba de una de las entradas al corazón del sitio, ingresando por un río.
Un joven pastaba con sus ovejas y los bueyes, así como toros. El muchacho se acercó y vio que estaba abierto.
De repente observó que al interior había una mazorca de maíz sumamente negra. El chico se dejó seducir por le intenso color y se internó para recogerla, pero no sabía lo que adentro lo esperaba. Según Farinango, la entrada era custodiada por un sacerdote, quien lo invitó a que pasara.
Ya adentro, el pastor se quedó admirado con la ciudad que estaba construida. Había una iglesia y todo un pueblo que era presidido por aquel misterioso cura, quien le negó darle el maíz.
Al día siguiente, el muchacho salió, pero fue una sorpresa cuando se topó con sus parientes. Ellos lo habían estado buscando durante un año.
No pasó ni una semana, cuando el morador enfermó y murió, posiblemente producto de algún mal traído desde esa misteriosa ciudad.
Quimbiamba dice que en una quebrada que está más abajo de su propiedad existe una piedra muy particular, la cual tiene 12 huecos y se conectaba con otras ro
miste cas. Supuestamente, esa conexión hacía que las personas ingresaran al corazón del Cananvalle.
Para llegar hay que cruzar una puertecilla de palo que está complementada con alambres de púas. Un poco de vegetación cubre la roca y apenas pueden verse los misteriosos agujeros, característicos de la leyenda.