El llamado HUACAISIQUE
también otra historia que gira en torno a la entrada al Cananvalle.
Recuerda que hace mucho tiempo, un hombre buscaba leña en el cerro y vio también un agujero. Adentro se encontró con una anciana que le dijo que estaba secuestrada.
La mujer entró para traerle agua al visitante, pero a su regreso cargaba consigo un puñado de fréjol morocho y maíz. Se lo dio al habitante, quien salió presuroso y cuando estuvo afuera se dio cuenta que en realidad era un puñado de oro y diamantes.
Con la fortuna regalada, el personaje de la leyenda se compró una hacienda. La envidia siempre lo rondó y un conocido le preguntó de dónde había amasado dinero para comprar esa propiedad.
El nuevo rico le dijo lo que en realidad había pasado. El otro hombre, con la envidia a cuestas, había llegado a esa misma entrada y se llevó las lavacaras de fréjol como de maíz hacia su casa.
Lo que hizo fue un robo y por eso lo castigaron. No pudo disfrutar de la fortuna porque le dio un fuerte dolor de estómago hasta matarlo, relata Cacuango.
Incluso la madre de este habitante tuvo contacto con la misteriosa entrada. “Mi mamacita siguió a los borregos y encontró una puerta pequeñita, pero bien bonita”, afirma.
La señora también entró a una hacienda grande, donde había una laguna. La pariente de Cacuango no se arriesgó a entrar más, por lo que al día siguiente regresó, pero nunca la encontró.
La creencia que aún se mantiene, en la versión de aquel residente, es que hay pequeñas llamas que recorren el Cananvalle. El fuego es azul como el cielo y se mueve en dirección a las estrellas. Según la leyenda, esos destellos aparecen cuando hay riquezas. Jorge Quimbiamba también oyó de sus antepasados que había un bebé que siempre lloraba por los alrededores de aquel cerro. “Decían que se escuchaba en época de luna llena”, refiere en su domicilio.
A ese recién nacido se lo conoce no solo en ese cantón, sino en la ciudad vecina de Cayambe, como el Huacaisique. En la traducción al español sería la persona que solloza o que llora.
Los pobladores han oído que una vez un hombre iba a caballo entrada la noche. Al parecer, estaba pasadito de copas y escuchó a un niñito que chillaba, ya que lo habían abandonado.
En una zanja lo halló, solamente en pañales, y lo subió a su caballo. Mientras avanzaba, aquella criatura empezaba a hablar y le decía que tenía dientes, luego que tenía una cola y finalmente que le había crecido un rabo: se trataba del mismísimo demonio que se transformó ante los ojos del habitante.