- (I) - 10/08/2019
ALuz Panti se le humedecen los ojos tan solo entrar al departamento que arrienda en la calle Bracamontes, en Toctiuco, un populoso barrio del centro de Quito.
Ha tenido que pedir posada en la casa de su hermana, luego de que un flagelo se llevara prácticamente todas sus pertenencias.
“Cuando vine ya no se podía pasar, estaba todo en llamas”, dice Luz mientras recorre los pasillos de la vivienda.
Ella vende flores en las afueras del cementerio de San Diego y los domingos las personas acuden a visitar a sus muertos y dej a r l e s of r e ndas. “Siempre tratamos de aprovechar los días de ventas”, explica la comerciante.
Ella estaba trabajando, cuando fue a l e r t a da de la desgracia. Acudió enseguida y llorando presenció como sus pertenencias se quemaban. “Ellos son de escasos recursos, viven de las ventas diarias”, dice Carmen Chiriboga, vecina de los afectados.
En su hogar solo se pueden ver los electrodomésticos derretidos, ropa chamuscada, libros y cuadernos llenos de hollín. El olor a quemado permanece, aunque el incendio se haya terminado.
Luz convivía con su esposo, su hija, su yerno y su nieto. De este último y de Pamela -su hija- se quemó toda la ropa e incluso un poco de mercadería que la muchacha pretendía vender por el regreso a clases.
“Se quedaron con lo que están puestos”, expresa Luz.
Sin embargo, lo más grave de todo es que se quemó la máquina de oxígeno que usa todos los días el esposo de Luz, por un problema pulmonar que le fue diagnosticado