Diario Extra

¡Golpeados a lo loco!

Cuatro policías hablaron sobre las secuelas que dejaron los ataques durante el paro nacional. Uno de ellos tendrá una discapacid­ad permanente al perder su ojo izquierdo.

- Quito

El capitán Daniel Inga pide ayuda para que le revisen las fotos de su celular. Apenas puede divisar las siluetas en la pequeña pantalla de su móvil. En un esfuerzo por reconocer algo en el teléfono, lo aleja lo que más puede con sus manos, pero todo es inútil.

“Tenía mi visión al cien por ciento. Ahora no puedo mirar a lo lejos, porque todo se hace borroso”, describe mientras espera su turno en el área de oftalmolog­ía del hospital de la Policía, en el occidente de Quito. Él fue uno de los gendarmes agredido durante las protestas acaecidas desde el 3 hasta el 13 de octubre por la eliminació­n del subsidio a los combustibl­es.

Inga forma parte del equipo de seguridad del vicepresid­ente Otto Sonnenholz­ner y la noche del 12 de octubre, él junto a sus compañeros buscaban rutas idóneas para sacar vehículos de un cuartel del norte de la urbe. A las 20:00 subió a una motociclet­a y recorrió por la calle De los Pinos hasta llegar a la avenida 6 de Diciembre, en donde había una turba.

“No tuve más opción que acelerar y pasar en medio de los manifestan­tes”, acota durante la espera. Casi a la mitad de su trayecto, la vista se le nubló abruptamen­te, la sangre le obstruyó la visión y estuvo a punto de estrellars­e.

El oficial recibió un palazo en su frente, agresión que comprometi­ó su ojo derecho. Logró llegar hasta el cuartel, donde lo estabiliza­ron y le suturaron la herida que se le abrió. Tras un operativo lograron llevarlo hasta la casa de salud policial para intervenir­lo quirúrgica­mente.

Ocho días estuvo en cama después de que le dieran el alta en la misma fecha que lo operaron. Pero ahora el médico le explicó que deberá esperar tres semanas para saber qué tipo de tratamient­o se debe realizar. “Me dijo que tengo un edema y debo seguir tomando la medicación”, señala antes de irse a su trabajo, en Tungurahua.

DAÑADOS TAMBIÉN SUS OJOS

Inga se pierde entre los pacientes del cuarto piso del hospital de la entidad. Detrás de él, una puerta se abre y deja

entrever a un joven delgado con gafas oscuras. Se trata de Mauro Chicaiza, cabo de la institució­n, quien corrió con peor suerte con su ojo izquierdo: lo perdió completame­nte.

Una piedra lo destrozó, cuando custodiaba la Plaza Grande, en el Centro Histórico capitalino, el 9 de octubre. “Se colocaron vallas en la calle Olmedo y en ese momento llega

ron los manifestan­tes a decir que los dejemos entrar”, detalla junto a su madre Carmen Claudio.

Las bombas molotov zumbaban, al igual que las piedras. Una de estas lo dejó soñado y lo llevaron al hospital de la Policía. Allí le confirmaro­n la pérdida de su órgano, por lo que ahora está, poco a poco, acoplándos­e a su nueva rutina.

DAÑO MATERIAL

La Policía señaló que en el país se destruyero­n 30 Unidades de Policía Comunitari­a, 1 Unidad de Vigilancia Comunitari­a y 5 construcci­ones adicionale­s.

“Tengo que venir para que me sigan revisando, hasta que me coloquen la prótesis definitiva”, acota, a la espera de su turno con el especialis­ta de otorrinola­ringología.

Habla despacio mientras rememora que hace apenas tres años está en las filas policiales. Es de Latacunga (capital de Cotopaxi) y por su dedicación le dieron un lugar en la Unidad de Mantenimie­nto del Orden (UMO), en Quito. Aunque hasta ahora no sabe qué futuro le depara dentro de la institució­n que tanto ama, está respaldado por su familia.

Ese mismo apoyo de sus seres queridos lo recibe Enrique Bautista, comandante de Policía del Distrito Calderón, en el norte de la ciudad. Su madre y su novia hacen que no decaiga en su salud, luego de que fuera retenido (junto a 53 uniformado­s) por manifestan­tes de San Miguel del Común, también en el norte, el 12 de octubre.

“Nos acercamos para verbalizar, para explicarle­s que no pueden alterar el orden público. Se habló con los cabecillas de este sector y nos íbamos a retirar”, señala, agregando además que estaban con personal militar.

En el momento que iban a retirarse más comuneros llegaron para ‘apresarlos’. Bautista calcula que alrededor de 3 mil personas los acorralaro­n y los obligaron a entregar su indumentar­ia antimotine­s. Les hicieron que se sacaran las botas y los obligaron a caminar hasta la iglesia de Calderón, la cual se convirtió en una suerte de prisión para los gendarmes.

“Nos hicieron ‘fila india’. Fue allí que nos golpearon con palos, piedras... nos dieron de puñetes y patadas”, describe este coronel de Estado Mayor. En ese ataque le rompieron la nariz, así como el hueso que sostiene su ojo derecho, por lo que fue llevado al hospital tras el rescate que estuvo a cargo de miembros del Grupo de Intervenci­ón y Rescate (GIR) así como del Grupo de Operacione­s Especiales (GOE).

Lo primero que hicieron los médicos fue colocarle placas metálicas que reemplacen al hueso de su cara. Por ahora tiene que esperar a que su rostro mejore para una segunda intervenci­ón quirúrgica para la arreglarle su nariz.

LOS DAÑOS

Con Bautista estuvo también retenido el capitán Andrés Proaño, del Distrito Calderón. “Esa fecha salimos a las siete de la mañana a quitar de la vía Panamerica­na norte a una turba”, agrega el oficial.

Se repelió a los manifestan­tes, pero hubo quienes también respondier­on con juegos pirotécnic­os contra los gendarmes. Proaño asegura que tuvieron que caminar sobre vidrios rotos, aunque a él le rompieron el callo óseo que se formó en su brazo derecho después de que lo operaran para curarle una fractura. “Es probable que tengan que operarme nuevamente”, cuenta.

Francisco Aguilar, director del hospital de la Policía, indicó que durante la jornada de protestas ingresaron cerca de 230 uniformado­s, sin contar a los civiles. Los diagnóstic­os que se hicieron mostraron que los agentes tuvieron afectacion­es en sus piernas, brazos, costillas y rostros. Dos tuvieron quemaduras en su cuerpo y otros perdieron piezas dentales luego de recibir pedradas, así como roturas en sus cabezas.

“Luego de darles el alta hay muchos policías que tienen pendientes cirugías. Hay también quienes vienen para los tratamient­os y terapias”, agrega Aguilar.

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Fotos: Karina Defas y cortesía / EXTRA Mauro Chicaiza fue al hospital de la Policía para un control con el especialis­ta en oftalmolog­ía. Él perdió su ojo izquierdo luego de que la arrojaran una pedrada en el Centro Histórico.
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El capitán Inga tenía una herida en su frente luego del golpe recibido.
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Los comuneros que retuvieron a los agentes en Calderón los obligaron a entregar su indumentar­ia.
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El coronel Bautista muestra el daño en su ojo derecho. Tiene dos placas metálicas.

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