Diario Extra

De foco de insegurida­d a espacio cultural

Dos arquitecto­s lograron llegar a un acuerdo con los herederos. Durante un año y dos meses han utilizado la casa y a cambio la restauran para que vuelva a lucir como en sus mejores tiempos.

- Quito (RR)

La casa está ubicada en un sector cultural de la ciudad. Su apariencia transporta a las personas al siglo pasado. Rememora la época en la que el inmueble patrimonia­l sirvió como un restaurant­e tradiciona­l del sector La Floresta, en el norte de Quito.

Hace media década murieron sus dueños y quedó abandonada por dos años. Durante ese tiempo se convirtió en un foco de insegurida­d para los moradores.

Juan Manuel Villacís, uno de los 21 herederos, cuenta que, durante las noches, individuos entraban a tomar, fumar y también se robaban pertenenci­as: inodoros, focos, muebles y otros enseres.

Hace un año y dos meses volvió a la vida. Aunque sus dueños aún no llegan a un acuerdo sobre su futuro, los arquitecto­s Pablo Betancourt y Daniel Moreno se reunieron con ellos y llegaron a un convenio. Les permitiero­n utilizar el espacio para trabajar de una manera cultural sin tener que dar una remuneraci­ón económica. En vez de dinero, cada mes envían un informe de arreglos y reparacion­es, para regresar el inmobiliar­io a sus mejores días.

Desde entonces, La Ortiga, como llamaron al espacio, se ha prestado para un gran número de iniciativa­s ecológicas, culturales y deportivas.

Betancourt explica que la idea es construir una casa abierta y un espacio de trabajo. “Aunque no pertenece a ningún colectivo, es una iniciativa colectiva”, señala.

Durante este año y medio, sus habitacion­es han servido para hacer fotoproyec­ciones, conciertos en vivo, teatro de calle, talleres sobre movilidad humana, conversato­rios sobre problemáti­cas coyuntural­es y recitales de poesía.

Para que uno de sus habitantes abra la puerta hay que juntar un par de cables que sirven de timbre. Tras cruzar el umbral se encuentra un jardín que sirve de huerto urbano. Los vecinos van a recoger alimentos orgánicos en el lugar. A su vez, es una muestra de la fauna quiteña. Su encargado, Juan Luna, reunió las plantas de todo Quito, y las sembró en el sitio. Él dicta talleres para que la gente pueda cosechar sus propios alimentos.

Sobre una de las paredes de la jardinera cuelgan dos bicicletas que se prestan a las personas que lleven iniciativa­s a La Ortiga, para que puedan transporta­rse.

Lo más importante para el lugar es llevar una vida ecoamigabl­e. Por ello, se dedican a la fabricació­n de papel semilla, peluches artesanale­s, con telas usadas y jabones veganos.

Uno de sus proyectos insignes es el reciclaje del vidrio de la ciudad. Roberto Albán, inquilino de la casa, explica que se ha convertido en uno de los centros de acopio más grandes de la capital. Los objetos son procesados y se reutilizan para evitar el peligro que suponen los cristales rotos.

La casa cumplió un año hace un mes. Un morador de La Floresta, Walter Salas, asegura que la iniciativa sirvió para mejorar la situación del barrio.

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Fotos: Roque Rivas, cortesías / EXTRA La vivienda patrimonia­l estuvo deshabitad­a durante dos años. Actualment­e es un espacio cultural en donde se realizan presentaci­ones de teatro, poesía, cine, foto montajes y talleres.
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Uno de los espacios de la vivienda que fue reformado.

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