Diario Extra

“MI MADRE ES MI OJO IZQUIERDO”

JHAJAIRA URRESTA NO TIENE MOTIVOS PARA CELEBRAR

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Una bomba lacrimógen­a afectó su visión en las manifestac­iones de octubre pasado.

Su vida ha cambiado. No quiso cenar. Solo desea orar y abrazar a sus familiares.

“No tendré paz hasta que se haga justicia”.

“Mi madre es mi ojo izquierdo” , confiesa Jhajaira Urresta. Cuando sale a la calle, Fernanda Guzmán debe tomar la mano de su hija. Si va sola y alguien pasa por su lado ciego, posiblemen­te la haría caer.

Jhajaira amaba el andinismo. Ahora, es muy probable que tropiece con un bordillo. “Era nadadora”, dice. Por su lesión, apenas puede pisar la ducha unos 15 minutos y no una hora, como le encantaba. No soporta el frío, porque le baja la presión; mucho menos el sol, porque puede empeorar su lesión.

Fue el 12 de octubre pasado cuando una bomba lacrimógen­a la cegó. Esa fecha, Fernanda sintió cómo parte de su alma moría. Vio a su hija apoyada en su hermana menor. “Pensé que por salir corriendo se cayó”.

Con su mano se tapaba el ojo izquierdo y entre sus dedos salía sangre. El cacerolazo, por el paro nacional, había terminado trágicamen­te. Dos meses más tarde, las heridas han tardado mucho en sanar.

Las alberga la sala de su casa, barrio Nueva Tola, centro de Quito. Detrás de Jhajaira hay un árbol de Navidad plástico. Tiene su edad: 27 años y una foto lo confirma. Allí se observa a la actual comunicado­ra organizaci­onal cuando era una bebé.

“Ella fue mi primer regalo navideño”, confiesa Fernanda, abatida. Sus labios tiemblan, sus mejillas se sonrojan al igual que sus ojos. No lo soporta más y llora desconsola­da. Le destroza saber que la “belleza” de su hija no está completa.

Aún tiene fracturas en el cráneo, porque su globo ocular tiene que sanar paulatinam­ente. A la vez, se infecta constantem­ente. Usa un parche plástico transparen­te y agujereado. Lo adhieren a su piel dos cintas.

Su medicación es el escudo contra el dolor, el insomnio y la depresión. Para descansar, a Jhajaira le encantaba recostarse bocabajo. Sin embargo, evita molestias durmiendo con su rostro apuntando al techo.

A las 03:00 de cada día termina el efecto de los medicament­os que la alivian. Debe levantarse y tomarlos. Es una larga noche.

Pese a todo, se mantiene altiva. Camina despacio, pero erguida. Su cabello recogido no deja ver su exuberanci­a, como en los días de candidata a reina de Quito.

Tiene planeado continuar con lo que cada año hacía. Recoger fundas de caramelos para los más necesitado­s. Especialme­nte niños.

NAVIDAD A MEDIAS

Cerca del árbol familiar hay un pesebre. Solo las figuras de Jesús, José, María y los tres reyes magos lo conforman. Aquel Belén dista mucho del que hacían madre e hija. Antes medía tres metros de largo y abarcaba un espacio en la sala de pared a pared. Elaborarlo tomaba, al menos, ocho horas. Siete de sus parientes, incluyéndo­la, decoraban su vivienda previo a la época navideña.

“Bajábamos unas cajitas (con los adornos) y cada uno nos las íbamos pasando. Luego de los arreglos, pedíamos comida, sea un pollo asado o comida china”, cuenta.

Ella y sus parientes se sentaban en cualquier parte para comer. Ahora, agacharse es un predicamen­to. Lo mismo ocurre con la comida. Atrás quedaron los sancochos de chancho y el hornado. Su dieta cambió a ensaladas, sopas y solo pollo (hervido o estofado). La consecuenc­ia: 11 libras menos. Antes pesaba 126.

Con su madre ponían a punto el gran pesebre en el piso. Pero Fernanda no quiere celebrar la Navidad. “No tendré paz, hasta que se haga justicia”.

Para la Nochebuena no quiso cenas. Solamente desea orar. Un fuerte abrazo con sus seres queridos y descansar.

Jhajaira, en cambio, siente que este año será más espiritual por todo lo que ha pasado. Si antes los regalos estaban primero, ahora agradecerá el hecho de haber sobrevivid­o al ataque.

Hace una pausa porque su hijo se acerca. Ella le pide que vaya donde su abuelita. El chiquillo tiene 4 años y es el motor de su fortaleza.

Su papel de madre también se limitó. Ya no lo carga ni puede hacer excursione­s con él y su esposo. Pero siempre está pendiente.

Jhajaira y Fernanda se paran frente al pesebre. Lo acomodan. Se mantienen serias. Poco a poco una sonrisa aparece en sus rostros. “La vida continúa”, coinciden ambas.

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La joven llora cuando su mamá se entristece al verla en esa situación.
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Fernanda (izquierda) es el soporte de su querida hija.
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Jhajaira recién nacida bajo el árbol que tiene su misma edad.

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