¡La terapia llega en 4 patas!
El acompañamiento de estos animalitos ayuda a los pacientes a mejorarse... Verónica Pardo, la dueña del can, vivió en carne propia la recuperación de un grave accidente.
Cuando sale del ascensor la gente grita: “¡Llegó! Los doctores y las enfermeras se acercan a saludar a Ágata, una perrita sabueso que acompaña a los pacientes del área pediátrica del Hospital San Francisco, en Quito.
De color caramelo y con la inquietud de una bebé de 11 meses, Ágata lleva un chaleco rojo con el letrero que dice: “¿En qué le puedo ayudar?”. Entonces, Verónica Pardo –su dueña y entrenadora– pregunta a las enfermeras por los niños que pueden recibir la canoterapia: recibir afecto de un perro en hospitales, hogares de ancianos, etc.
“Cuando tienen enfermedades infecto-contagiosas deben estar aislados y allí no se puede entrar”, dice Verónica.
Ágata está entrenada para que su ímpetu de cachorro no asuste a los pacientes, que los olfatee y se deje acariciar sin que haya incomodidad, según su entrenadora. El proyecto de acompañamiento inició en octubre de 2019. Y Verónica sabe que funciona, pues en ella ha tenido un efecto beneficioso.
LA SALVÓ
Verónica es veterinaria y tenía una promisoria carrera en el atletismo. Cuando su hija tenía un año, sufrió un accidente en el que perdió prácticamente la esperanza de volver a caminar. “Estuve un año postrada en una cama, con un arnés. Fue una etapa muy dolorosa”, cuenta.
Entonces llegó a sus manos un libro que hablaba del poder sanador de las mascotas y le dieron un perro cocker, Tango, para que la acompañara.
“Mi entrenador me prohibió la silla de ruedas y el pañal. Comencé a hacer terapias con perros y con caballos, no me resignaba a no volver a caminar”, relata.
A los ocho meses logró sentarse, Tango (su perro) le pasaba las cosas que se le caían. Y, además, le avisaba cuando le iba a dar una convulsión, 10 minutos antes. Al año empezó a caminar. En lugar de un andador ella tenía un Gran danés...
Ya no volvió a correr, pero se reincorporó a la veterinaria y ahora es voluntaria en hospitales de Quito.
LA TERAPIA
Verónica y Ágata van a la casa de salud todos los miércoles. Este último EXTRA las acompañó...
Primero una enfermera se asegura de que los visitantes esterilicen sus manos. Verónica pregunta a los padres del paciente si puede aproximarse.
La hermana de Khiara se acerca para avisar que la pequeña de dos años y medio ha despertado. Tiene parálisis cerebral y una discapacidad del 88%, por lo que no puede moverse por sí misma.
Verónica coloca una manta sobre la cama y acerca poco a poco a la perra. La olfatea con sigilo. “Mira como Chanel”, le dice la madre a su bebé, para rememorar a la mascota que las espera en casa.
Acuestan a la niña sobre el lomo de Ágata y guían sus manos hacia sus orejas. Sus ojos se abren ampliamente y esboza una sonrisa. Aunque sus ojos no ven busca la presencia de la mascota. Así durante unos 15 minutos.
Alexandra, su madre, dice que intenta hacer lo mismo con los perros que hay en casa, que el contacto la calma, por eso llamó a la entrenadora de Ágata.
LOS BENEFICIOS
Sandra Imbaquingo, jefa de enfermería del hospital, comenta que la presencia de Ágata genera un espacio amigable y familiar para los niños. “Les estimula para que incrementen sus defensas y la recuperación sea más rápida”, dice.
El ambiente hospitalario genera tensión y depresión, por lo que los minutos con la mascota levantan el ánimo de los pequeños.
Sin embargo, no todos pueden recibir su visita, no porque su presencia sea contraproducente, sino porque a través de ella se pueden contagiar de gérmenes y virus.
“Incluso para el personal es beneficioso, porque la vemos llegar y nos alegra la tarde”, concluye la enfermera.
El médico define qué niños pueden recibir las visitas de la perrita. Pero incluso quienes están con oxígeno acceden a la canoterapia”.
SANDRA IMBAQUINGO
Jefe de enfermería