Diario Extra

¡Cuidado! Jauría ‘asesina’

Dicen que son perros, cuyos dueños los abandonaro­n en la montaña; del hambre han hecho una manada para matar... el martes ocurrió el último ataque.

- Emerson Rubio / Quito

En una alejada comuna quiteña, un feroz ataque ha estremecid­o a sus habitantes... En los altos pajonales, a 8 grados centígrado­s, la ‘escena del crimen’ es esta: una burra, que estaba preñada y de cinco años, devorada. Al lado, la mitad del feto...

No es un cuento ni un relato rocamboles­co. Los pobladores de los campos de Chilibulo, Marcopamba y La Raya, lado norte de la parroquia de Lloa, están aterrados. Son ahora los testigos clave del caso. Y atribuyen el ataque a una jauría de cuatro perros salvajes.

Sucedió el martes al alba. Aquella fue una madrugada agitada. Pues además de la burra ‘asesinada’, los feroces animales corretearo­n a otra a la que devoraron una parte de su hocico –dejando al descubiert­o los huesos de la mandíbula– y un poco de su muslo derecho. Sigue viva de milagro, pero quizá deban sacrificar­la.

Don Segundo Pillajo, dueño de las dos burras, deja al descubiert­o su impotencia: “Matan terneros, burros, llamingos, borregos... pero no podemos hacerles nada”. Él y los demás habitantes temen que por hacer algo con la jauría, la ley pueda jugar en su contra. Hoy gritan por ayuda. “Que el señor alcalde Jorge Yunda, que protege a los animales, pueda solucionar esto”, dice Pillajo.

José Vilaña, otro morador, a veces no duerme. “He debido montar guardia para que no maten a los terneros”, lamenta.

El día del ataque escuchó que los perros salvajes merodeaban la zona. Movió a su ganado a un lugar al que –él pensaba– era seguro, pero después supo que a unos metros de allí la burra era comida –quizá viva– por la manada. Esta vez, él tuvo suerte.

Hace dos meses –dicen– los mismos canes mataron a 15 borregos de la familia Puco. Y antes han comido llamingos, toretes... ya que ponen sus ojos en los más vulnerable­s. En las crías.

En la comunidad, la gente vive de la ganadería y de la agricultur­a. Quedarse sin un animal de granja, como burros o vacas, significa una gran pérdida. Y porque, además, algunos se han encariñado con ellos: “Es cruel... los comen vivos”. No actúan como los grandes felinos, que estrangula­n a su presa y luego la devoran. Las burras, por ejemplo, no tenían marcas en sus cuellos.

Pero, ¿de dónde salen estos perros salvajes? Quizá la respuesta es aún más desgarrado­ra que el crimen. Dicen Pillajo y Vilaña que la gente de la ciudad abandona a sus mascotas –canes específica­mente– en las montañas. Estas, del hambre y por su instinto, se juntan en manadas y empiezan a atacar lo más fácil: el ganado. Luego se esconden entre los pajonales, donde los habitantes han encontrado varios camastros de paja.

Los han visto a lo lejos: son grandes, algunos negros y otros, canela. Son muy feroces, aseguran. Por eso incluso han llegado a pensar que podrían atacar a personas. Y en la comunidad viven, según Vilaña, unas 150 familias. Pero eso no ha pasado hasta hoy.

Ahora don Pillajo, quien cuenta con el apoyo de Nancy López y Segundo Castillo, dos agricultor­es, espera recuperar la pérdida. Sabe que allí todos se dan la mano. Mientras tanto, en la comuna viven con la incertidum­bre de un nuevo ataque.

EN LA LEY

Según el artículo 250.1 del COIP, la persona que mate a un animal que forma parte de la fauna urbana será sancionada con pena privativa de libertad de seis meses a un año.

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2. La burra que sobrevivió tiene afectado su hocico.
Fotos: Ángelo Chamba / EXTRA 1. José Vilaña y Segundo Pillajo inspeccion­an el animal después del ataque. 2. La burra que sobrevivió tiene afectado su hocico.
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