¡’Chinvergüelzas’!
Los americanos acusan a los chinos de ponerse en esas.
En 2017, una multinacional estadounidense denunció el robo de datos personales de 145 millones de clientes de sus servidores.
Los datos incluían nombres completos, dirección, fecha de nacimiento, número de la seguridad social y del carné de conducir, datos clave en Estados Unidos.
Hace unos días, el Departamento de Justicia norteamericano acusó del robo a cuatro soldados chinos.
La empresa víctima vive de los datos: recopila información sobre consumidores y negocios que sirve para averiguar su fiabilidad financiera.
El relato del hackeo que hace el Departamento de Justicia es impresionante: emplearon 34 servidores en cerca de 20 países para disimular sus pasos.
Troceaban los archivos que robaban, los descargaban y los borraban para no dejar rastro.
Mandaron unas 9.000 peticiones a la empresa para comprobar qué había en sus bases de datos. Eran claramente profesionales.
La empresa usaba un software vulnerable que permitía acceder en remoto a sus sistemas y manejarlos. No tapó el agujero, según el Departamento de Justicia. Era como si un equipo de ladrones preparados para robar un valioso picasso llegasen al museo y se encontraran la puerta abierta con las llaves puestas: cada noche regresaban sin ser vistos a mirar qué más llevarse, y cuando cogían un cuadro colgaban una copia en su lugar; acabaron por llevarse docenas de pinturas.
¿Pero para qué quiere China tantos datos personales? Probablemente para más de una cosa, pero la más clara es para convertir a funcionarios o empresarios estadounidenses en espías para China.
En datos privados financieros puede haber información para saber si alguien tiene deudas e incluso si esas deudas lo son por motivos deshonestos, con lo que se le puede coaccionar.