Diario Extra

El Niño Carnavaler­o, ‘tentado’ por los diablitos

Fiesta religiosa se cumplió en un barrio del centro-sur del Puerto Principal. Hubo baile, comida, diversión y, por supuesto, agua.

- Vicente Tagle León / Guayaquil

Todos bien portaditos en la iglesia. La misa en paz, el Niño Carnavaler­o adelante, con su madrina y su comadre. La devoción y el agradecer a Dios, primero. Luego sí, la fiesta.

Ya afuera de la iglesia Jesús Obrero, en Alcedo y Leonidas Plaza, la cosa cambia. Empieza la algarabía, el baile, la diversión y el carnaval.

Al son de la música de una banda de pueblo, once niñas y un niño con trajes típicos de la serranía ecuatorian­a danzan y lideran el desfile de cuatro cuadras, desde la iglesia hasta la Novena y Alcedo. Entre tramo y tramo, la pirotecnia alerta de la llegada del Niño Carnavaler­o, pequeño, envuelto en un hermoso vestido blanco que la madrina, Martha Villavicen­cio, lleva en una cesta de mimbre.

En casa de los Villavicen­cio Constante se apuran a colocar sillas en la calle. Hay que recibir a los invitados. Y de entrada, dos jabas de cerveza. Solo para hacer el brindis.

LA TENTACIÓN

En medio de toda esta tradición llena de fe y alegría aparece la tentación. Seis ‘diablos’. Con sus largas colas y bailando, estos personajes irrumpen en medio de la fiesta y rodean a la madrina. La abrazan, hacen un círculo y danzan. Quieren ‘hacerla caer ’. Sin embargo, ella, firme, con el Niño Carnavaler­o en su pequeña cuna de mimbre, no cede.

Petita Villavicen­cio, hermana y ahora comadre de Martha, la dueña de la imagen reverencia­da, cuenta que esta festividad es una tradición que se cumple “con religiosid­ad, haya o no haya dinero, hayan pasado cosas buenas o malas, pero cada año se debe realizar la fiesta al Niño”.

Fue su padre, Washington Villavicen­cio, un hombre llegado desde Píllaro, de la provincia de Tungurahua, quien trajo esta celebració­n hasta el barrio donde hoy habitan. Y aún con él ausente, la tradición se mantiene. Ha sido Petita la encargada de llevarla adelante.

“Esto nació porque a un hijo de mi papá (Washington) le dio la polio (poliomieli­tis) y él le ofreció al Niño que lo cure”, cuenta Martha, mientras limpia a la imagen de la espuma de carnaval que le han lanzado a ella y que, de golpe, también bañó a la pequeña figura religiosa.

A COMER Y BAILAR

De pronto, la música de la banda de pueblo suena y el baile empieza. Y con este, casi a las 12:00, el desfile de las primeras tarrinas llenas de yahuarlocr­o, un plato típico de la serranía ecuatorian­a elaborado a base de papas, panza, librillo e hígado de borrego.

La fiesta empieza y las mujeres salen a bailar. Son ellas las que mandan en la pista (la calle) a la hora de poner el ritmo. De pronto salen los diablitos y comienzan su baile. Tientan. Danzan para ‘hacer caer’ a los invitados. Es una mezcla de ‘pecado’ y fervor religioso.

Pero antes era diferente, explican Petita y Martha, las hermanas y comadres. “Antes se amanecía en una fiesta y a las 6 de la mañana llevábamos al Niño a la misa y bautizo. Pero los curas suspendier­on eso porque decían que dejábamos todo hecho un alboroto”, relata entre risas Martha.

Después, todo sigue. Y no han pasado ni dos horas y llega el seco de pollo. Ya se ha acabado las cervezas y ahora las botellas de licor de uva y menta van de mano en mano. La ‘pachanga’ se enciende. La fiesta por el Niño Carnavaler­o ahora es una algarabía total, llena de espuma, agua, licor, comida, alegría... y fe.

ACTO DE FE

Quienes siguen esta tradición lo hacen llenos de fe. Una fiesta que envuelve la tradición religiosa con la fiesta del carnaval.

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Villavicen­cio, quien se mantiene firme con su Niño en
la cuna de mimbre.
Fotos: Vicente Tagle / EXTRA Los diablitos rodean a Martha Villavicen­cio, quien se mantiene firme con su Niño en la cuna de mimbre.
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un poco de religiosid­ad y fe con la celebració­n
del carnaval.
Varios niños
danzan, alegres, en la procesión de la iglesia a la recepción.
La espuma, los colorantes y el agua llevan a la fiesta a su punto
más alegre.
La fiesta combina un poco de religiosid­ad y fe con la celebració­n del carnaval. Varios niños danzan, alegres, en la procesión de la iglesia a la recepción. La espuma, los colorantes y el agua llevan a la fiesta a su punto más alegre.
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