EN LA CALLE, SIN DERECHOS
LAS MUJERES SIN HOGAR CORREN MÁS PELIGRO
No tienen acceso a la salud sexual y reproductiva. Deben elegir entre matar el hambre o comprarse una toalla sanitaria.
ANA TIENE 39 AÑOS. Vive en el parque El Ejido, centro-norte de Quito, con su esposo. Son indigentes. La última vez que ella, delgada y bajita, acudió a una consulta ginecológica fue hace más de una década, cuando nació su última hija. Desde entonces, tiene hemorragias, pero no dinero para comprar toallas higiénicas especiales. “A veces debo ponerme trapos”, lamenta.
Su historia devela que las mujeres sin hogar no tienen acceso a la salud sexual y reproductiva, como deberían. Los riesgos para ellas se incrementan en la calle por la falta de aseo y chequeos médicos. La población femenina de habitantes de calle es menor que la de los hombre y, sin embargo, ellas corren mayor peligro.
“¿Me puedes regalar una toalla higiénica? No tengo dinero para comprar una”, es la frase que taladra las mentes de quienes las ayudan. Ana dice que cuando a su esposo y a ella les va bien con la venta de papel higiénico en las avenidas de la capital, además de lo que reciben como caridad en locales del Centro Histórico, pueden pagar un cuarto en el barrio La Libertad.
Entonces, aprovecha para darse un baño, cambiarse de ropa y comer. Para la señora, de voz aguda, es un lujo comprar las toallas que necesita cuando menstrúa. “Mi marido tiene que pedir en las farmacias”, señala.
INVISIBILIZADAS
Paúl Túquerres, promotor comunitario del proyecto Habitantes de Calle del Patronato San José, comenta que son escasos los servicios de apoyo especializado para indigentes. Para mujeres son nulos. Su situación es invisibilizada. “Hay centros para adicciones, pero no para ellas”, explica.
Desde su labor en el abordaje de esta población, detalla los peligros a los que están expuestas: embarazos no deseados, violaciones, abuso sexual, trata de personas, violencia.
Ana asegura que no ha sido abusada sexualmente. Sin embargo, su anterior pareja sí la golpeaba. Tan fuerte era el maltrato que hace cinco años ingirió diablillos para terminar con su dolor. “Diosito no quiso llevarme”, dice con tristeza.
Al menos otras 20 mujeres, además de Ana, se acercan cada mes al Hogar de Paz, ubicado en El Tejar, también en el centro.
Allí, grupos de indigentes hacen fila para recibir una ración de comida, ropa limpia, una ducha caliente, tapabocas.
Ellas, que son separadas de los hombres en el momento de la atención, piden también toallas higiénicas y alguna pastilla para los cólicos. Lo hacen con recelo, en voz baja, como si se tratara de algo malo. “A veces logramos que se queden aquí la noche cuando pasan esas necesidades”, cuenta Túquerres.
También hay cuadrillas de personal que van por la ciudad, sobre todo en el Centro Histórico, que abordan a esta población para que se acoja a los programas de reinserción. No se puede obligar a nadie a salir de las calles, debe ser una decisión voluntaria.
20 MUJERES al mes llegan al Hogar de Paz, pero no existe un registro oficial de esta población y menos diferenciado en géneros.
El funcionario explica que la falta de aseo puede llevarlas a sufrir de infecciones de sus partes íntimas, vaginales y en las vías urinarias. Además, cuando buscan parejas “para que l as cuiden”, ellas se exponen a las enfermedades de transmisión sexual. Y al no tener acceso a un ginecólogo, sus dolencias se agravan, pudiendo incluso llevarlas a la muerte.
Rebeca Yánez, psicóloga clínica y coordinadora de Salud Comunitaria de la Cruz Roja Pichincha, afirma que desde los abordajes casi no han encontrado habitantes de calle mujeres. “Sabemos que hay, pero en los espacios a los que vamos no están. Quizá porque buscan refugio en otros lados”.
RELACIONES TÓXICAS
Alexandra, de 44 años, también llega al Hogar de Paz. Mientras espera por la desinfección y la ducha, varias veces se toca el vientre, que esconde debajo de una chaqueta lila. “Tengo síntomas de embarazo”, susurra. Todavía no se ha atrevido a contar a las funcionarias del Patronato sobre sus sospechas.
Oriunda de Guayaquil, ella tampoco se ha hecho ningún control prenatal, pues lo más urgente por ahora es matar el hambre, luego de pasar varios días en casas de vecinos y luego en la calle. Cuenta que su casera la desalojó del cuarto donde vivía porque ella ya no tenía dinero para pagarle. De su pareja prefiere no hablar, porque “no vale la pena”.
Aunque Alexandra pudo dejar a su conviviente, la mayoría de ellas no lo logran. Se debaten entre ser violentadas o exponerse a otros peligros. Sus parejas, de alguna manera, representan seguridad. Lo confirman Túquerres y Yánez.
Para Yánez, estas son relaciones tóxicas. Las mujeres sienten que no tienen a nadie más, han sido separadas de sus hijos o de sus familiares. “Hemos visto que algunas tenían golpes y quemaduras”, agrega.
Esto puede llegar a desencadenar enfermedades mentales como depresión, estrés postraumático, ansiedad, farmacodependencia, entre otros trastornos que son igual de graves que las enfermedades físicas.
TAMBIÉN HUYEN DE CASA
Piedad, de 50 años, ha encontrado posada en el Hogar de Paz. En las mañanas recoge cartones y plásticos para vender y por las tardes duerme en el sitio, no sin antes bañarse, alimentarse y que la peinen.
Ella cuenta que no ha sufrido maltratos en la calle, pero sí de su familia en Santo Domingo de los Tsáchilas. “Me pegaban, me insultaban y me fui”, relata. Eso ocurrió hace unos siete años.
Rebeca Yánez explica que esa es una de las razones que llevan a las personas a vivir en las calles. “Por eso cuando se busca una vinculación con la familia, se niegan. El problema es muy complejo”, enfatiza.
Ana, Alexandra y Piedad se conocieron en el Hogar de Paz. Su grito, entre el lamento y la denuncia, deja abierto el camino a las autoridades para que pongan los ojos sobre ellas y las demás.
LAS CONSECUENCIAS de la vida en la calle no son solo físicas, también hay efectos psicológicos como la depresión, el
estrés postraumático, la ansiedad y la farmacodependencia. INTERVENCIONES Entidades como el Patronato San José o
la Cruz Roja Ecuatoriana hacen abordajes periódicos a esta población para intentar mejorar su calidad de vida. Cuando nos reportan problemas de salud, las derivamos a un centro de salud cercano, pero no hay seguimiento”.