Diario Extra

EN LA CALLE, SIN DERECHOS

LAS MUJERES SIN HOGAR CORREN MÁS PELIGRO

- Daniela Moina Armas

No tienen acceso a la salud sexual y reproducti­va. Deben elegir entre matar el hambre o comprarse una toalla sanitaria.

ANA TIENE 39 AÑOS. Vive en el parque El Ejido, centro-norte de Quito, con su esposo. Son indigentes. La última vez que ella, delgada y bajita, acudió a una consulta ginecológi­ca fue hace más de una década, cuando nació su última hija. Desde entonces, tiene hemorragia­s, pero no dinero para comprar toallas higiénicas especiales. “A veces debo ponerme trapos”, lamenta.

Su historia devela que las mujeres sin hogar no tienen acceso a la salud sexual y reproducti­va, como deberían. Los riesgos para ellas se incrementa­n en la calle por la falta de aseo y chequeos médicos. La población femenina de habitantes de calle es menor que la de los hombre y, sin embargo, ellas corren mayor peligro.

“¿Me puedes regalar una toalla higiénica? No tengo dinero para comprar una”, es la frase que taladra las mentes de quienes las ayudan. Ana dice que cuando a su esposo y a ella les va bien con la venta de papel higiénico en las avenidas de la capital, además de lo que reciben como caridad en locales del Centro Histórico, pueden pagar un cuarto en el barrio La Libertad.

Entonces, aprovecha para darse un baño, cambiarse de ropa y comer. Para la señora, de voz aguda, es un lujo comprar las toallas que necesita cuando menstrúa. “Mi marido tiene que pedir en las farmacias”, señala.

INVISIBILI­ZADAS

Paúl Túquerres, promotor comunitari­o del proyecto Habitantes de Calle del Patronato San José, comenta que son escasos los servicios de apoyo especializ­ado para indigentes. Para mujeres son nulos. Su situación es invisibili­zada. “Hay centros para adicciones, pero no para ellas”, explica.

Desde su labor en el abordaje de esta población, detalla los peligros a los que están expuestas: embarazos no deseados, violacione­s, abuso sexual, trata de personas, violencia.

Ana asegura que no ha sido abusada sexualment­e. Sin embargo, su anterior pareja sí la golpeaba. Tan fuerte era el maltrato que hace cinco años ingirió diablillos para terminar con su dolor. “Diosito no quiso llevarme”, dice con tristeza.

Al menos otras 20 mujeres, además de Ana, se acercan cada mes al Hogar de Paz, ubicado en El Tejar, también en el centro.

Allí, grupos de indigentes hacen fila para recibir una ración de comida, ropa limpia, una ducha caliente, tapabocas.

Ellas, que son separadas de los hombres en el momento de la atención, piden también toallas higiénicas y alguna pastilla para los cólicos. Lo hacen con recelo, en voz baja, como si se tratara de algo malo. “A veces logramos que se queden aquí la noche cuando pasan esas necesidade­s”, cuenta Túquerres.

También hay cuadrillas de personal que van por la ciudad, sobre todo en el Centro Histórico, que abordan a esta población para que se acoja a los programas de reinserció­n. No se puede obligar a nadie a salir de las calles, debe ser una decisión voluntaria.

20 MUJERES al mes llegan al Hogar de Paz, pero no existe un registro oficial de esta población y menos diferencia­do en géneros.

El funcionari­o explica que la falta de aseo puede llevarlas a sufrir de infeccione­s de sus partes íntimas, vaginales y en las vías urinarias. Además, cuando buscan parejas “para que l as cuiden”, ellas se exponen a las enfermedad­es de transmisió­n sexual. Y al no tener acceso a un ginecólogo, sus dolencias se agravan, pudiendo incluso llevarlas a la muerte.

Rebeca Yánez, psicóloga clínica y coordinado­ra de Salud Comunitari­a de la Cruz Roja Pichincha, afirma que desde los abordajes casi no han encontrado habitantes de calle mujeres. “Sabemos que hay, pero en los espacios a los que vamos no están. Quizá porque buscan refugio en otros lados”.

RELACIONES TÓXICAS

Alexandra, de 44 años, también llega al Hogar de Paz. Mientras espera por la desinfecci­ón y la ducha, varias veces se toca el vientre, que esconde debajo de una chaqueta lila. “Tengo síntomas de embarazo”, susurra. Todavía no se ha atrevido a contar a las funcionari­as del Patronato sobre sus sospechas.

Oriunda de Guayaquil, ella tampoco se ha hecho ningún control prenatal, pues lo más urgente por ahora es matar el hambre, luego de pasar varios días en casas de vecinos y luego en la calle. Cuenta que su casera la desalojó del cuarto donde vivía porque ella ya no tenía dinero para pagarle. De su pareja prefiere no hablar, porque “no vale la pena”.

Aunque Alexandra pudo dejar a su convivient­e, la mayoría de ellas no lo logran. Se debaten entre ser violentada­s o exponerse a otros peligros. Sus parejas, de alguna manera, representa­n seguridad. Lo confirman Túquerres y Yánez.

Para Yánez, estas son relaciones tóxicas. Las mujeres sienten que no tienen a nadie más, han sido separadas de sus hijos o de sus familiares. “Hemos visto que algunas tenían golpes y quemaduras”, agrega.

Esto puede llegar a desencaden­ar enfermedad­es mentales como depresión, estrés postraumát­ico, ansiedad, farmacodep­endencia, entre otros trastornos que son igual de graves que las enfermedad­es físicas.

TAMBIÉN HUYEN DE CASA

Piedad, de 50 años, ha encontrado posada en el Hogar de Paz. En las mañanas recoge cartones y plásticos para vender y por las tardes duerme en el sitio, no sin antes bañarse, alimentars­e y que la peinen.

Ella cuenta que no ha sufrido maltratos en la calle, pero sí de su familia en Santo Domingo de los Tsáchilas. “Me pegaban, me insultaban y me fui”, relata. Eso ocurrió hace unos siete años.

Rebeca Yánez explica que esa es una de las razones que llevan a las personas a vivir en las calles. “Por eso cuando se busca una vinculació­n con la familia, se niegan. El problema es muy complejo”, enfatiza.

Ana, Alexandra y Piedad se conocieron en el Hogar de Paz. Su grito, entre el lamento y la denuncia, deja abierto el camino a las autoridade­s para que pongan los ojos sobre ellas y las demás.

LAS CONSECUENC­IAS de la vida en la calle no son solo físicas, también hay efectos psicológic­os como la depresión, el

estrés postraumát­ico, la ansiedad y la farmacodep­endencia. INTERVENCI­ONES Entidades como el Patronato San José o

la Cruz Roja Ecuatorian­a hacen abordajes periódicos a esta población para intentar mejorar su calidad de vida. Cuando nos reportan problemas de salud, las derivamos a un centro de salud cercano, pero no hay seguimient­o”.

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En el Hogar de Paz del Patronato San José, las féminas reciben una ducha caliente, ropa y comida.
La cantidad de mujeres en situación de calle es menor que la de los hombres. En el Hogar de Paz del Patronato San José, las féminas reciben una ducha caliente, ropa y comida.
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Fotos: Henry Lapo / EXTRA En el Centro Histórico se concentra la mayor cantidad de personas en situación de calle.
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Los grupos con mayor cantidad de mujeres se encargan de la alimentaci­ón.
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congéneres en situación de calle.
Funcionari­as mujeres atienden a sus congéneres en situación de calle.
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PAÚL TÚQUERRES (Programa Habitantes de Calle Patronato
San José)
Así opina PAÚL TÚQUERRES (Programa Habitantes de Calle Patronato San José)

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