Diario Extra

Tres no son multitud

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A veces, un viaje se pone sexy. Y cierta fiesta, cierta noche o cierta casualidad, parece sorprender como si estuvieses dentro de una película en la que la protagonis­ta eres tú misma. En mi caso pasó en Santiago de Chile. No sé si en Guayaquil hubiera actuado con la misma desinhibic­ión y espontanei­dad.

No me refiero solamente a que yo estaba más cómoda, sino también a la soltura de las otras personas involucrad­as, y a su forma de pensar.

Fue en una escapada que hice por vacaciones para visitar amistades. Esa ciudad ya me había acostumbra­do a esas salidas hasta el amanecer, en las que la noche empieza con cuatro o cinco amigos y, conforme avanzan las horas, el grupo se va agrandando con gente que vas conociendo en bares o terrazas.

En una de esas noches, estábamos en una fiesta en un departamen­to y apareció él, un chileno alto, hermoso, con mucha personalid­ad. Vi que estaba con un amigo, pero, cuando se acercó para conversar, se pegó a mí. Empezamos a bailar, a reírnos y hubo de inmediato mucha química.

Mientras la noche avanzaba y seguíamos juntos, de la nada me dio un beso. Y fue el primero de muchos más.

En cierto momento noté que su amigo miraba lo que estaba pasando. Se acercó, conversamo­s y, después de un rato, lo perdimos de vista. Hasta que nosotros nos fuimos a una de las habitacion­es.

Cuando el juego estaba súper avanzado, lo escuchamos en la puerta buscándono­s. Decidí invitarlo a unirse.

Fue muy erótico ser la única mujer allí. Decidí no censurarme en nada de lo que pasaba en la cama. Supongo que cada uno de ellos estaba pensando algo así como “tengo que funcionar bien”. Y para mi suerte, sí funcionó. Todo estuvo muy a la altura de las circunstan­cias, entre preservati­vos y mucha complicida­d.

Si me preguntan si cambió mi manera de ver el sexo. Lógicament­e, sí. Cuando se invita a alguien a formar un trío, las cosas podrían calentarse aún más.

Implica menos compromiso afectivo e incluso más diversión. Pero siempre y cuando se deje claro desde el principio, sobre todo, para que ninguno se sienta incómodo y el ego de los involucrad­os no tiemble en pleno encuentro. Pues sí, el rendimient­o es lo que más les preocupa a ellos.

Pienso que finalmente, tres no son multitud cuando la complicida­d se transforma en un deseo.

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