Dominguero

EL MILAGRO DE LA PASTILLA AZUL

Ella no espera más para sacarse toda la ropa y escabullir­se bajo las sábanas junto a su esposo. Un beso apasionado inicia todo.

- Por Ángel Amador angel77ama­dor@ gmail. com

Ya no es lo mismo que antes. El tiempo suele ser un implacable enemigo de la pasión conyugal. Gabriel y Zoraida son un ejemplo de ello. Las marcadas líneas en sus rostros son la evidencia de toda una vida llena de sonrisas, llantos y desvelos. Con seis hijos a cuestas, todos mayores de edad, cualquiera pensaría que la sexagenari­a pareja todavía disfruta del roce corporal, los besos y lo demás... pero no es así. Espalda contra espalda. Así duermen. Evitando moverse mucho para no invadir el espacio del otro. Y ni se diga algún roce accidental. Nada de nada. Gabriel, un día cansado de la si- tuación, decide aventurars­e a acostarse de frente a su esposa, no sin antes recargar sus energías con una pastillita azul que compró en el camino. Fue cuestión de minutos para que las sábanas empezaran a agitarse. Zoraida siente el brazo de su esposo, que rodea su cintura, sus pies y algo más. Lo mira y no tiene nada puesto. Sus ojos están muy abiertos como si hubiera visto algo que no veía hace mucho tiempo. Y así es. Ella no espera más para sacarse toda la ropa y escabullir­se bajo las sábanas junto a su esposo. Con un beso inicia todo. Uno tan apasionado que los transporta a su juventud. Esos años en los que no importaba dónde estuvieran, ni la hora... cualquier momento era ideal para el sexo. Y también para experiment­ar posiciones por más complicada­s que fueran. Pero el peso de los años ya no les permite liberar su creativida­d. Pero no importa. Zoraida concentra sus besos en el cuello de Gabriel. Uno tras otro. Baja por el pecho y vuelve a subir mientras él acaricia la espalda de ella y su cabello. Un giro lo coloca sobre ella. Cruzan miradas y otro apasionado beso. De repente, Zoraida siente una presión por debajo de su vientre. Algo que no experiment­aba desde hace mucho tiempo. Cierra sus ojos y lo disfruta. La cama revive. Vuelve a moverse. De un lado a otro. Golpea la pared muy violentame­nte. La pareja no puede creerlo, pero sí es cierto. Los gritos y los gemidos de hace muchos años vuelven a estremecer las ventanas. Luego de unos minutos la pastilla empieza a perder su efecto. Gabriel lo siente y aprovecha para ir con todo hasta el final. La cama no deja de moverse. No puede parar. Un grito muy fuerte cierra la jornada. Duermen y de largo. Gabriel despierta tarde, como nunca. Su esposa aún descansa. Aprovecha para salir a dar una vuelta. En su camino encuentra la misma farmacia. Ya no compra una pastilla, ahora es un frasco.

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