EL MILAGRO DE LA PASTILLA AZUL
Ella no espera más para sacarse toda la ropa y escabullirse bajo las sábanas junto a su esposo. Un beso apasionado inicia todo.
Ya no es lo mismo que antes. El tiempo suele ser un implacable enemigo de la pasión conyugal. Gabriel y Zoraida son un ejemplo de ello. Las marcadas líneas en sus rostros son la evidencia de toda una vida llena de sonrisas, llantos y desvelos. Con seis hijos a cuestas, todos mayores de edad, cualquiera pensaría que la sexagenaria pareja todavía disfruta del roce corporal, los besos y lo demás... pero no es así. Espalda contra espalda. Así duermen. Evitando moverse mucho para no invadir el espacio del otro. Y ni se diga algún roce accidental. Nada de nada. Gabriel, un día cansado de la si- tuación, decide aventurarse a acostarse de frente a su esposa, no sin antes recargar sus energías con una pastillita azul que compró en el camino. Fue cuestión de minutos para que las sábanas empezaran a agitarse. Zoraida siente el brazo de su esposo, que rodea su cintura, sus pies y algo más. Lo mira y no tiene nada puesto. Sus ojos están muy abiertos como si hubiera visto algo que no veía hace mucho tiempo. Y así es. Ella no espera más para sacarse toda la ropa y escabullirse bajo las sábanas junto a su esposo. Con un beso inicia todo. Uno tan apasionado que los transporta a su juventud. Esos años en los que no importaba dónde estuvieran, ni la hora... cualquier momento era ideal para el sexo. Y también para experimentar posiciones por más complicadas que fueran. Pero el peso de los años ya no les permite liberar su creatividad. Pero no importa. Zoraida concentra sus besos en el cuello de Gabriel. Uno tras otro. Baja por el pecho y vuelve a subir mientras él acaricia la espalda de ella y su cabello. Un giro lo coloca sobre ella. Cruzan miradas y otro apasionado beso. De repente, Zoraida siente una presión por debajo de su vientre. Algo que no experimentaba desde hace mucho tiempo. Cierra sus ojos y lo disfruta. La cama revive. Vuelve a moverse. De un lado a otro. Golpea la pared muy violentamente. La pareja no puede creerlo, pero sí es cierto. Los gritos y los gemidos de hace muchos años vuelven a estremecer las ventanas. Luego de unos minutos la pastilla empieza a perder su efecto. Gabriel lo siente y aprovecha para ir con todo hasta el final. La cama no deja de moverse. No puede parar. Un grito muy fuerte cierra la jornada. Duermen y de largo. Gabriel despierta tarde, como nunca. Su esposa aún descansa. Aprovecha para salir a dar una vuelta. En su camino encuentra la misma farmacia. Ya no compra una pastilla, ahora es un frasco.