Dominguero

EL ÚLTIMO BESO

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Cierra la puerta y empieza a correr el tiempo. Son 24 horas que la casa será toda suya. No pierde tiempo. Coge el teléfono. “Ya se fue”, susurra a través del aparato. Más demora en colgar la llamada que en sonar el timbre. Es la vecina. Llega con un blusa cortita y un pantalón igual de pequeño, pero tan corto, que la ya diminuta ropa interior se escapa por los bordes del mismo. El ritual es cada tres días que la esposa de él abandona la casa para cumplir su guardia en su lugar de trabajo: un hospital. La jornada incluye un paseo por la casa mientras dejan un rastro de prendas por todos lados y siempre termina en un sitio diferente... esta vez es la cocina, por cierto, una bastante amplia con espacio para hacer de todo. Él coloca una rodilla en el piso y recuesta su cuerpo sobre la fría baldosa. Ella reposa sobre él frente a frente. Un primer beso es el inicio. Uno segundo en el cuello, el arranque. Otro tercero en el pecho, el acelerador. Más y más abajo. Regresa por el mismo camino marcado por sus tibios labios hasta la boca. Otro beso. Es el turno de él. Baja sin detenerse. Ella solo cierra los ojos. Respira muy agitadamen­te. Un grito se escapa de su garganta. Mueve sus brazos por los costa- dos intentando encontrar algo que sujetar con sus manos. No encuentra nada, solo el cabello de él. “¡ No pares!”, vuelve a gritar. Ambos se ponen de pie. Ella coloca sus manos sobre un mesón. Él le rodea la cintura con sus brazos y aprieta. Sienten sus corazones latiendo muy rápidament­e. Los gemidos son más fuertes. De la cintura, sube las manos hasta el pecho. Lo acaricia. Lo sujeta. No lo suelta hasta escuchar ese grito de dolor y placer a la vez. Agarra su largo pelo. Lo hala hacia atrás. Ella no puede hacer nada, solo resistir. Un beso más. Una caricia más. Un grito más y todo acaba. Terminan recostados de nuevo en el piso. No tardan en levantarse y caminar a la ducha. El resto del día y la noche no fue muy diferente. Solo cambia el lugar. El siguiente es en la sala y el último en el dormitorio. A la mañana siguiente, la luz del día entra por la ventana directo al rostro de ella. Sin prisa y procurando no levantarlo a él recoge sus prendas. Un último beso hasta dentro de tres días.

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