Dominguero

UNA TARDE DE PELÍCULA

Vio de reojo los enormes bíceps marcados por la apretada camisa y puso a volar su imaginació­n.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ granasa. com. ec

Quién va al cine un lunes a las 13: 00? Bueno, ellos lo hacen: una mujer que trabaja en casa y un hombre que aprovecha su cargo de jefe para salir a la hora que quiera de su trabajo. Ambos, aquella tarde, coinciden en la sala de cine y también en la misma fila, solo separados por dos asientos. Ella mastica cada canguil y bebe cada sorbo de cola con recelo. Preocupada por lo cerca que aquel hombre decidió sentarse de ella. Luego ve de reojo los enormes bíceps marcados por la apretada camisa y pone a volar su imaginació­n. Quiso quitarse la duda y se saludaron. Después de unas cuantas preguntas y una que otra risa coqueta, la distancia entre ellos desaparece. La conversaci­ón continúa durante los avances de próximos estrenos. Quién piensa en salir sola al cine y conocer a alguien en la misma sala. Tampoco que esa persona sea tan amable. Y mucho menos sentir su mano rozando su entrepiern­a apenas las luces se apagan. No supo reaccionar. Cualquiera habría, como mínimo, gritado. Lo piensa, pero hasta eso la mano llega a sus senos. Está tan atrapada por las suaves caricias y los besos en el cuello que solo se deja llevar. Los cinco dedos van más allá. Desabrocha­n la falda y la deslizan lentamente hacia abajo. Lo mismo hace con su pantalón. Ella también mueve sus manos por el cuerpo de él. Por su pecho, sus brazos, el cuello, el abdomen y más abajo. Cierra los ojos imaginando lo que la oscuridad le impide observar. De momento la tiene frente a él y de espaldas. Su mirada hace un esfuerzo por ver sus caderas y su amplia espalda. Prefiere ‘ ver’ con las caricias. Crea en su mente una imagen de cada curva hasta las piernas. La mujer apoya sus manos en el asiento delantero y cierra los ojos. Para delante y para atrás, mueven sus cuerpos al mismo son. Los gemidos ahora son gritos y cada vez más sonoros, y hasta los trabajador­es del cine logran escucharlo­s. No es algo inusual dentro de un cine, solo que cada vez parecen más de placer. Una luz aparece en el túnel de entrada. Es uno de los empleados, atraído por los gritos. Alcanza a ver a la pareja y lejos de delatarlos se queda a ver. Apaga la linterna y sube muy despacio las escaleras. Ella lo ve, pero no pretende detenerse. Es más, extiende su mano hacia el muchacho como invitándol­o a participar. Piensa si aceptar o no. Lo hace en parte y se queda a observar. La pareja no para. Ella no resiste más el dolor en los brazos. Parece que tirará la toalla en cualquier momento. Él lo sabe y acelera la marcha. Ella vuelve a gritar muy fuerte sin despegar su mirada del empleado espectador. Sus brazos claudican, pero sus ganas no lo hacen. Resiste un poco más. Ya falta poco. Cae su cuerpo hacia atrás sobre el de él. Y un suspiro pone punto final. Recogen su falda y el pantalón. Regresan a sus asientos originales. El joven empleado baja las escaleras algo arrepentid­o. Media hora después las luces se encienden. Vuelven a ver por segunda vez sus rostros con claridad. Sujetan sus manos y salen como pareja.

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