Dominguero

DOS PERFECTOS DESCONOCID­OS

Quiere reaccionar, pero el pantalón ya está abajo. Quiere subirlo, pero un apasionado beso es el punto sin retorno.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Dos desconocid­os en un ascensor. Llegan al piso y caminan como si fueran juntos al mismo lugar... y así es. La puerta está semiabiert­a. “Vengo por el alquiler del departamen­to”, dice el uno al otro. “Pase”, responde. El resplandor del mediodía entra por un enorme ventanal con vista al mar. Camina y observa. Detrás la otra persona sigue cada paso respondien­do con seguridad a una lluvia de preguntas. El baño es amplio, así como la habitación. La cama aún no la mudan. Es una buena oportunida­d para descansar y pensar: alquilo o no alquilo. Primero toma asiento y luego recuesta su torso. Cierra los ojos y lleva sus manos a la cabeza. Lo siguiente que siente es un ligero roce en su muslo que sube lentamente hasta su entrepiern­a. Abre rápidament­e los ojos. Quiere reaccionar, pero el pantalón ya está abajo. Quiere subirlo, pero un apasionado beso es el punto sin retorno. Más y más prendas vuelan por los aires y atraviesan la habitación de un lado a otro. Caen en cualquier parte, menos sobre la cama. Esa es solo para ellos. Sus cuerpos toman posición uno so- bre el otro. Empiezan con caricias desde el cuello, pasando por el pecho, el abdomen y más. Al mismo tiempo que los besos encienden las ganas de seguir. Sus rostros, uno frente al otro, son el reflejo del placer del momento. Los gemidos solo lo confirman. Mientras que los gritos lo corroboran. La cama baila de un lado a otro al son de sus cuerpos. Los topes del espaldar contra la pared son cada vez más sonoros. Una brisa marina entra por la ventana y golpea sus cuerpos calientes. No los enfría. Nada puede hacerlo... mejor dicho, casi nada. El rechinar de la puerta principal los alerta. Ambos se miran. No saben qué hacer. Unos pasos lejanos se escuchan más y más cerca. Un rostro asoma por el umbral de la puerta. Sus ojos manifiesta­n sorpresa, y su sonrisa un ligero morbo. Sin dejar de observarlo­s ese incómodo momento dice: “Hola, vengo por el alquiler del departamen­to”. Ninguno de los dos esperó ese comentario, ni tampoco lo que venía. “Aquí tengo una oferta muy buena - responde el dueño- ¿ cree que pueda superarla?”. Piensa y contesta: “Creo que sí”. La puja empieza.

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