Dominguero

UN AM OR EN MARCHA...

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Todos van al centro de la ciudad. Llevan banderas, pitos, globos y pancartas. Él también es uno de tantos que exige respeto al derecho de las familias a educar a sus hijos. Camina solo hasta encontrar una esquina donde observar el evento y cubrirse del intenso sol de aquella mañana de sábado. Está atento a cada palabra de la persona sobre la tarima. A cada grito. A cada reclamo. No desvía la mirada para nada. Ni se percata de la persona junto a él solo hasta que siente un roce en su brazo. Voltea y mira. Desde los pies sube lentamente hasta que sus miradas se encuentran por unos breves segundos. - “¡ ¿ Tú?!”, pregunta aquella persona seguido de un: “¿ Qué haces aquí?”. - “Vengo a apoyar”, responde. - “No creí que apoyaras esta marcha”, contesta. - “¿ Por qué lo dices?”, replica el joven. - “Por nada”, agrega. Desde ahí ninguno pudo concentrar­se de nuevo. Bien pudieron cambiarse de lugar, pero no... prefiriero­n quedarse ahí parados como esperando que algo pase. Lo único que los distrae por momentos son los gritos de los otros marchantes que contrastan con el silencio de esa persona que no deja de mover levemente la cabeza de un lado a otro como desaproban­do cada palabra. El joven, que llegó muy entusiasma­do, deja de gritar y baja la bandera intentando sintonizar con aquella persona obviamente conocida. Trabajan juntos. - “Pareces no estar de acuerdo con esto”, pregunta el joven. - “No”, responde. - “¿ Y qué haces aquí?”, repregunta. - “Por curiosidad”, replica. Un espacio de silencio más es interrumpi­do por el grito al unísono: “¡ Con mis hijos no te metas!”. Lo repiten una y otra vez. - “¿ Seguro que apoyas esto?”, vuelve a cuestionar. - “Ya te dije que sí... ¿ por qué insistes?”. - “Porque creí que...”, hace una pausa. - “¿ Qué cosa?”, pregunta. - “Nada, olvídalo”. Esta frase incompleta hace que la conversaci­ón suba de tono. No quiere llamar la atención, por lo que camina fuera del lugar. Solo se aleja. No mira atrás. Sube el ritmo de las pisadas cuando siente un apretón en el hombro. Es él de nuevo. Toma su brazo y una cuadra más adelante abre la puerta trasera de un carro. - “Entra”, le dice. Él ingresa del otro lado y cierra la puerta. Sus corazones laten muy rápidament­e. Está por preguntar qué hace ahí cuando un beso lo detiene. Es uno largo y apasionado. Por esos breves segundos no tienen miedo. La protección del carro los blinda para ser simplement­e quienes son. Otro silencio. Ambos descienden del carro sin decir una sola palabra y toman su camino. El joven marchante piensa que debió decir algo. Cualquier cosa, pero algo. Mientras se recrimina llega un mensaje a su celular. Es él. - “Ya lo sabía :-)”. Esboza una leve sonrisa. Empieza a responder el mensaje mientras deja atrás los gritos.

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