Dominguero

EL DUELO DURA POCO

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

La repentina muerte de un ser querido provoca muchos sentimient­os, menos enojo. No es el caso de ella. Un accidente de tránsito le arrebató a quien fue su esposo por más de 15 años. Mucha tristeza que se disipa cuando recuerda que junto a él iba una mujer que se suponía no debía estar ahí. La duda ronda su cabeza mientras observa el féretro y recibe las condolenci­as de propios y extraños. En un momento de poca afluencia de familiares abandona el salón para ir al baño. Antes de entrar casi choca con un hombre. Lo ve de reojo y reconoce inmediatam­ente ese par de ojos color aceituna. Ambos regresan a verse y saludan. Es uno de los amigos de la infancia de su difunto esposo. Ahí en la puerta del baño recibe la condolenci­a y un fuerte abrazo que le provoca una corriente por todo el cuerpo. Quedó tan sobrecogid­a por el momento que regresó a la sala de velación sin haber ido al baño. Ahí lo vio de nuevo al pie del ataúd de su esposo. No podía dejar de observar las piernas y el trasero marcados en ese pantalón apretado. Baja la mirada y piensa en su esposo, pero inmediatam­ente recuerda a aquella mujer desconocid­a que estaba junto a él en el momento del accidente y vuelve a levantar la mirada para darle gusto nuevamente a sus ojos. Espera un momento para regresar al baño. Abre la puerta y siente una mano en su hombro. Voltea. Es él. Una mirada y luego un beso. No lo detiene. Lo disfruta. Cuando menos recuerda y está contra la pared con toda la falda sobre su cintura. La agitada respiració­n golpea en su cuello, luego en su mejilla. Ella solo cierra los ojos. Solo los abre para ver la puerta rogando que nadie entre. Por suerte, nadie entró. La respiració­n se convirtió en gemidos, unos muy fuertes que atraviesan la puerta. Eso le recuerda la última vez que hizo el amor con su esposo en la oficina de él. No olvida cuando la tenía desnuda y acostada boca abajo sobre un sofá para recibir visitas. Esa vez fue inolvidabl­e. Recuerda su aroma, su aliento a menta, sus manos gruesas y sus tiernos besos... pero pensar que también hizo lo mismo con aquella mujer vuelve el enojo. Abre los ojos y ahí está él, el de los ojos color aceituna. Solo siente como la toma sin parar. Sus besos en el cuello la excitan mucho. La hacen gritar una y otra vez. Aguanta la respiració­n para lo que viene. Pasa un minuto y lanza un grito y cae rendida en sus brazos. Regresa a la sala. Una fila larga de condolenci­as la espera. Asume su puesto de viuda, ahora con una amplia sonrisa.

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