Dominguero

EL FRÍO CALIENTA

Una mano tibia sujeta su cintura. Es un alivio. Avanza hasta su abdomen y regresa por el mismo camino dejando una huella de calor por donde toca.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@gmail.com

La ciudad está más fría. Se lo siente en las noches. Una corriente helada entra por la ventana y llega hasta los huesos de la chica que solo atina a acurrucars­e de lado bajo una delgada sábana. Una mano tibia sujeta su cintura. Es un alivio. Avanza hasta su abdomen y regresa por el mismo camino dejando una huella de calor por donde toca. El cosquilleo la despierta totalmente, pero la sensación es tan agradable que prefiere no moverse. Introduce la mano en su blusa y sube por su espalda hasta su cabello. Lo sujeta con firmeza. Ella disfruta. Cierra los ojos y voltea su cuerpo hasta quedar con su mirada en el techo. Siente una presión en su abdomen. Está sobre ella. Ahora, con las dos manos, acaricia su pecho. Los introduce por debajo de la blusa para sentir la helada piel de la chica. Levanta la blusa y la desnuda. Con su boca recorre sus labios, su cuello, su pecho, su abdomen y más. Ella respira muy agitadamen­te. Ni por curiosidad abre los ojos y mucho menos levanta la mirada. Así es mejor, piensa. Con sus pulgares, desliza lentamente el panti hasta los pies de la chica. Sube nuevamente dejando un camino de besos por todo su cuerpo. Sin decir nada o gesto previo, voltea para dejar al descubiert­o su espalda. Luego de unos segundos vuelve a sentir esas manos tibias y el mismo cosquilleo. Siente una presión en su pecho. Está sobre ella. Todo su cuerpo depositado en su espalda hace que pierda de a poco la respiració­n. Sujeta sus brazos mientras le susurra con su delicada voz en el oído: “¿ Te gusta?”. No puede moverse. No puede hablar. Solo mueve la cabeza para asentir. Recoge su largo pelo... y también el de ella. La voltea. Están frente a frente. La chica sigue con los ojos cerrados. Así es mejor, vuelve a pensar. Se acuesta sobre ella. Rozan sus pechos una y otra vez. Su corazón parece querer abrir un hueco en su esternón. Su respiració­n es cada vez más agitada. Siente que no puede respirar. Quiere abrir los ojos. No puede. Intenta moverse. Tampoco puede. Siente un golpe de aire tibio en su boca. Y otro susurro: “Abre los ojos”. Lo hace muy despacio y... nada. Está sola. Totalmente descubiert­a y con un aire frío que golpea su cuerpo semidesnud­o. Mira a un lado y al otro. Recuesta su cabeza en la almohada y cierra los ojos.

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