ES DE SÁBANAS
Abre los ojos y ya está encima pecho de ella. Siente su Siente sus presionar el suyo. su cuello. labios recorrer
Abre la puerta. No hay nadie en espera. Hoy es su día de suerte. Lleva su mano hacia su mejilla derecha. No para de quejarse. Balbucea algunas palabras con las que intenta decir a la recepcionista que le duele la muela. ‘ Es obvio. Está en un consultorio dental’, piensa ella. Toma asiento mientras avisan a la doctora. No pasa ni un minuto e ingresa al consultorio. La dama con mandil blanco está de espaldas. Solo siente un par de manos frías rodeando su cintura. Voltea y se ven a los ojos. “Tú”, reacciona ella. Le sigue un beso que la lleva directo al escritorio. Con su brazo empuja una pila de papeles al piso. Recuesta su espalda mientras siente su falda bajar lentamente por sus piernas. Un cosquilleo por la parte interna de sus piernas sube muy despacio y eriza toda su piel. El mandil, fuera. La falda, fuera. La blusa, fuera. Las prendas atraviesan el consultorio y caen en el piso y sobre los instrumentos. El dolor no está. Es fácil pensar que nunca existió y todo fue un pretexto para verla... y funcionó. Del escritorio pasan a la ca- milla dental. La doctora, esta vez, toma la posición del paciente. Recuesta su cuerpo. Lo relaja. Cierra los ojos. Ahora siente el mismo cosquilleo en el cuello que baja por su pecho, abdomen y más abajo. Hace una pausa. Toma aire. Sabe lo que viene. La sensación es más intensa. Los gemidos ahora son gritos. Muerde su labio inferior como intentando contener el grito que quiere soltar. No puede. La recepcionista está fuera. Alza un poco la mirada y de reojo ve la luz roja del teléfono encendida, lo que quiere decir que otros pacientes pueden estar esperándola. Abre los ojos y ya está encima de ella. Siente su pecho presionar el suyo. Siente sus labios recorrer su cuello. Siente sus manos pasear por sus piernas. Mueve su pelvis de arriba hacia abajo rozando la de ella. Lo hace una y otra vez. Sus pechos retumban más y más rápido. No pueden parar. La camilla baila al ritmo de sus cuerpos. Parece que en cualquier momento va a ceder ante el placer. El rechinar es más fuerte y constante. Al igual que sus gemidos. El morderse el labio ya no funciona. Libera los gritos cada vez más fuertes. No resiste más. Sus pechos retumban más y más fuerte. Un último suspiro y... ya. Recogen sus prendas del piso. Ninguno dice nada. Ella solo atina a decirle antes que cru- ce la puerta: “Llámame”. Es obvio que se conocen y que no es la primera vez que esto pasa. Lo que también resulta obvio, por la expresión de ella antes del beso, es que hace mucho tiempo no se veían a los ojos. Su amistad, de larga data, es más que salir a comer un helado o ir al cine. Es de caricias. Es de besos. Es de sábanas.