Dominguero

EL PLAN

Se ven fijamente a los ojos por unos segundos y no resisten darse un beso, mientras ella lo empuja contra una pared.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@gmail.com

En la cola para firmar su asistencia. Uno detrás del otro. Le roza la oreja para llamar su atención. Luego le toca el hombro. Ya sabe que es él. Son muchos en la fila para la charla que no es opcional a la que están convocados todos los empleados de la empresa. Es un buen momento para salir de la rutina, pero ese par que no disimula el coqueteo tiene algo más en mente. Entran al auditorio y escogen dos asientos cercanos a la puerta de salida. Entra el expositor. Está por empezar y ellos cuchichean como planeando algo. “Uno, dos, tres... sonido”, escuchan en los parlantes mientras el resto de personas llenan las sillas de adelante. Todo está listo. Cada uno sabe lo que tiene que hacer. Solo esperan que todos estén sentados y empiece la charla. Suena el celular de ella antes de que cierren la puerta, su excusa para salir. Camina disimulada­mente hacia el baño haciendo como que habla con alguien. Ya dentro le marca al chico. Este, apurado, se levanta de su silla y sigue el mismo libreto. Empuja la puerta del baño de damas y siente un fuerte jalón en el brazo. Es ella. Le pone seguro a la puerta cuando siente un beso en el cuello que la estre- mece toda. Un par de manos en su cintura bajan lentamente por sus piernas y se meten por debajo de su falda. Sube y sube. Gira. Se ven fijamente a los ojos por unos segundos y no resisten darse un beso mientras ella lo empuja contra una pared. Lo voltea. Le susurra al oído. Ahora son sus manos las que bajan lentamente por su espalda hasta su cintura. El botón, fuera; y el cierre, abajo. El pantalón cae y la falda sube. Ahora ella está contra la pared. Siente el respirar el chico rozar su mejilla y sus manos acariciar su pecho. Un grito. Un gemido. Son más y cada vez más fuertes. El sonido de un par de pasos los alerta. No es nada. Solo pasa. Otro se detiene y toca la puerta del baño. Ella continúa el grito; y él la respiració­n. Unos segundos de silencio y no pasa nada. Tienen que salir. El chico no para. Va más y más rápido. Ella no quiere que ese momento termine, pero tiene que acabar. Vuelve a sentir el roce de su respiració­n en la mejilla. Es más constante. Otro grito, ahora de él le pone punto final. Abren la puerta. No hay nadie. Salen juntos. Caminan hasta el auditorio. Se sientan en las sillas que dejaron vacías para solo escuchar el agradecimi­ento del expositor que da por terminada la charla. Todo salió de acuerdo con el plan.

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