Dominguero

LA PROPUESTA

Una nueva vida, la ilusión de un futuro mejor... y un deseo que nada puede apagar.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Cuántas veces en la vida viene una persona a ofrecer pagar una maestría completa en el exterior, con todos los gastos pagados, con la única condición de tenerte cerca? Segurament­e una o ninguna. Ella no desaprovec­hó la oportunida­d de quien fuera en su momento su mentor. El que corregía su trabajo y le guiaba sus pasos en el complejo y apasionant­e mundo del periodismo. Preparó maletas, un beso en la frente de su madre, la bendición de su tío y... hasta luego. Un largo viaje hasta Madrid, España. Ni las piernas entumecida­s y el dolor de espalda borraban esa sonrisa que solo aflora cuando sabes que cosas nuevas vienen a tu vida y, sobre todo, si son gratis. La joven abre paso a sus enormes maletas entre una multitud de idiomas y de colores de piel. Al fondo ve una cabeza semicalva que le arranca otra sonrisa. Un abrazo, un beso y al carro. Luego de su primer paseo en auto por las calles capitalina­s, llega a la que será su nueva casa por el próximo año. Lo primero que hace es echarse en la cama. Cierra los ojos como intentando recuperar algo de energía luego del largo viaje, cuando siente una mano en el botón de su pantalón. Sus ojos saltan casi inmediatam­ente solo para ver que el jean ya está en sus tobillos. Lo mismo hace con su blusa y el resto de sus prendas. Las de él, sin darse cuenta, ya adornan el piso de la habitación. Bajo las sábanas blancas, un beso en el cuello es el inicio de una sensación de placer única. Baja por su pecho, su abdomen y más. Ella solo cierra los ojos. Vienen a su mente aquellas noches que un reportaje los obligaba a quedarse caída la noche hasta que nadie los viera. A ella le fascina- ban aquellos momentos que ahora podrá repetir cada vez que quieran. Abre los ojos y sus miradas chocan. Ella solo siente como si volara sobre las nubes. La cama baila al ritmo de sus cuerpos. El respaldar golpea sin cesar la pared cada vez más y más fuerte. No pueden parar. Las manos de la joven busca apretar algo co- mo buscando alivio a una sensación que no quiere que acabe. Acaricia la espalda de él. Suaves movimiento­s que rápidament­e se transforma­n en arañazos que marcan esa blanca y pecosa espalda. La cama parece que en cualquier momento cede a sus deseos. No quieren parar. No pueden. Sus gritos son tan fuertes que ni siquiera un beso puede aplacarlos. Uno más y... ya. Sus cuerpos caen rendidos. Ambos respiran muy agitados, pero con una amplia sonrisa y satisfacci­ón del deber cumplido. Él toma su pantalón, el resto de su ropa y va directo a la ducha. Ella agarra su teléfono celular para ver su cronograma de clases. Mañana empieza.

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