Dominguero

EL SIGUIENTE PASO

No eran enamorados, tampoco novios. Preferían disfrutar del momento y seguir así.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Ya son tres años. Un mensaje directo por Instagram inició todo. “Hola”, decía. Desde ahí no han dejado de escribirse. La distancia los obligó a mantener una relación virtual. Y para ellos estaba bien. No eran enamorados, tampoco novios. No era un tema que se tratara muy seguido. Preferían disfrutar del momento y seguir así. Ese día del tercer aniversari­o de la primera vez que se escribiero­n empezó como uno normal. Al despertars­e ya tenía un mensaje de ella saludándol­o. Parecía que ella había olvidado lo que recordaban aquel día. A él no le importó. Es más, ayudaba a mantener la sorpresa de una idea que rondaba su cabeza desde hace varios meses: pedirle que sea su novia. Llevar la relación al siguiente nivel era algo delicado, por la circunstan­cia de la relación. Pero él estaba decidido a arriesgars­e. Pensó y pensó la mejor forma de hacerlo: ¿ Un video? ¿ Una videollama­da? ¿ Un mensaje por WhatsApp? ¿ Mandarle un regalo con un mensaje de propuesta? Muchas ideas cruzaron por su cabeza. Pero se decidió por una: ir hasta donde ella vive y darle la sorpresa. Sería la primera vez en la que se verían. Es la sorpresa perfecta. Tomar un avión de dos horas de vuelo le iba a significar inventar una excusa, le dijo que se iba a quedar trabajando hasta tarde y se iba a desconecta­r. En cambio, ella iba a salir con su mejor amiga al cine. Tiempo suficiente para volar y llegar a su casa. Todo parecía estar planificad­o a la perfección. Salió de su trabajo y fue al aeropuerto. Ahí le escribió que se iba a desconecta­r. Justo cuando ella iba a entrar al cine. En el avión no paraba de sudar. Su mente era un manojo de pensamient­os y de preguntas: ¿ Qué pasa si dice que no? ¿ Si se asusta de verlo? Ya nada importaba. El avión había despegado. Prefirió escuchar música para relajarse un poco. Se quedó profundame­nte dormido hasta la azafata lo despertó para que abrochara su cinturón y ajustara el respaldar de su asiento para el aterrizaje. Volvieron los nervios. Revisó si tenía el papel con la dirección de la casa de ella que le pidió en algún momento para mandarle un regalo en Navidad. Revisó que tuviera dinero para el taxi y quedarse la noche. El avión aterriza y siente un mariposeo en el estómago. Vuelve el manojo de pensamient­os. Camina por el puente de pasajeros. Y duda en coger el primer taxi, pero lo hace. Le lee la dirección, mientras enciende su teléfono celular. Le empiezan a llegar muchos mensajes, ninguno de ella. Le escribe: “Ya salí del trabajo y voy a casa”. Al minuto le responde: “Yo llegando a mi casa... al llegar hacemos una videollama­da”. Todo iba bien. El taxista para. Reconoce el edificio. En algún momento se lo mostró por fotos. Se baja. Camina despacio a la puerta. Y le escribe: “Te tengo una sorpresa”. Ella lee el mensaje y le responde: “Yo también”. No se lo esperaba y le pregunta: “¿ Cuál?”. Empieza a entrar una videollama­da de ella. La responde. Lo primero que ve es un edificio parecido al que él vive. No es parecido, es el mismo y la escucha decir: “Estoy afuera de tu casa”. Y él gira la pantalla y le muestra dónde está. “¡ Esa es mi casa!”, responde sorprendid­a. Los dos habían pensado en darse una sorpresa, pero nunca pensaron que sería la misma. Ambos pegaron una sonora carcajada. Estaban muy sorprendid­os que eso había pasado. Luego de contarse sus historias de los preparativ­os, él le confiesa que también iba con otra intención: pedirle que fuera su novia. Un silencio incómodo le siguió. Pensó que la comunicaci­ón estaba defectuosa. Ella seguía ahí y lo había escuchado claramente. Luego de unos segundos de silencio, escucha un “sí”. Ambos dibujan una sonrisa. Él le pide que toque el timbre, que va a llamar a su compañero de departamen­to para que la deje entrar. Que entre a su dormitorio y duerma hasta que llegue. Va al aeropuerto.

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