Dominguero

Auto robado

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Por Blanca Moncada @ Blankimonk­i

Acaba de salir de cobrar un cheque. Se supone que este trámite sería rápido. Lleva tres vueltas en el estacionam­iento del centro comercial y no encuentra su Volkswagen Jetta. Ahí va de nuevo. La humedad empieza a fastidiar la caminata. “¡ Mi carro!”, grita al ver uno igual. ¡ Diablos! No recuerda su placa porque es nuevo. Saca la llave, intenta abrir. La alarma se ha encendido. Un guardia aparece. “Pensé que era mi carro, no lo encuentro”, explica con algo de impacienci­a. El guachimán lo mira atento y llama a la radio. Dos policías llegan al punto después de unos minutos. “¿ Qué ha pasado?”, preguntan. Les lanza el cuento. Tiene el celular en la mano. En un ataque de histeria empieza a grabarse. “Estoy en el parqueo de este centro comercial. Me acaban de robar el carro. Es imposible que estas cosas ocurran en este país”, recita indignado. Los agentes lo miran con algo de lástima. Han pasado dos horas y media desde que empezó la investigac­ión. Interrogar­on a guardias, a clientes y a él mismo. Una y otra vez. “Señor, ¿ está usted seguro que se le llevaron el carro?”, increpa uno de los agentes. Otro uniformado llega a la escena. “El señor no llegó en un Volkswagen Jetta, sino en un Chevrolet Sail Blanco, mi teniente. Ese de allí”, ladra y señala el auto, como el hijo que le da la queja del hermano al padre. Es cierto. Demonios. Es cierto. Hoy tocaba darle la vuelta al carro del suegro. En retrospect­iva mental, se mira saliendo de su casa, encendiend­o el Sail y llegando al centro comercial con su cheque en la mano... La mano. La llave del Sail en la mano. La mano ahora humedecida por el sudor de los nervios que le provoca leer la amargura en el rostro de los policías. El teniente se desinfla y dibuja una sonrisa cargada más de rabia que de burla. “¿ Si sabe que lo podemos llevar preso, no?”, amenaza. “Disculpen. Les compro una colita”, ofrece. No aceptan y se van. Allí queda él, solo, justo adelante del Sail Blanco.

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