RECUERDOS
Esos de pasión, de caricias, de besos, de encuentros en la cama o en el mismo sofá donde está sentado. ¡ Qué no hicieron ahí! Prácticamente de todo.
Pensar. Simplemente se sentó y empezó a pensar. ¿ En qué? En su vida. En lo que había hecho. En su futuro. Diez de la noche de un sábado y no podía creer que estuviera ahí y no en una discoteca o bar con sus amigos. Su teléfono suena. Mensajes llegan. Los ignora. Hoy prefiere la oscuridad de la sala de su casa, una cerveza y su soledad. No lo había hecho antes. No podía creer cómo un momento sin tanta coordinación, sin tanta parafernalia pudiera disfrutar tanto y, sobre todo, empujarlo a reflexionar sobre su vida. Su teléfono deja de vibrar. Por un momento recordó cuando esa ráfaga de mensajes de ella llegaban cada mañana a las 6. Ya no está. Ahora le hace lo mismo a otro. No le afecta. Solo recuerda. Aquellos momentos juntos. Siempre con los mismos amigos. A comer, con ellos. Al cine, con ellos. A la playa, con ellos. La reunión familiar, con ellos. A todos lados con ellos. En ese momento de reflexión entiende cuando quien era su novia le dijo: “No estoy dispuesta a compartir esta relación”. Diez meses demoró en entenderlo. Pero no todo son recuerdos no tan buenos. Esos de pasión, de caricias, de besos, de encuentros en la cama o en el mismo sofá donde está sentado. ¡ Qué no hicieron ahí! Prácticamente de todo. Ese sofá fue el último escenario de demostración de su amor antes de terminar la relación. Ahí sentado, viene a su mente ese momento. Casi puede sentir los besos, el roce de su piel, su respiración. Casi puede ver su larga cabellera negra, su piel morena y ese tatuaje en su abdomen. Cierra los ojos. Lo imagina. Está ahí. Es ella. La puede tocar. La puede ver. Puede escuchar su respiración, sus gemidos, sus gritos cada que sujeta con fuerza su cabello. Ella le pide más. Que lo haga de nuevo. Le gusta la rudeza. Y a él, ser rudo. Los golpes. Los arañazos. Las mordidas. Todo eso lo excita y demasiado. Empieza a sentir un ligero ardor en su espalda. Es la marca de ella. La que le gusta dejarle cada vez que están juntos. Una ráfaga de mensajes lo traen de nuevo a la realidad. Revisa el teléfono. Como 17 llamadas perdidas de sus amigos, otras dos de su madre y una desconocida. Revisa los mensajes: 113. No puede ser, piensa. Desliza el pulgar para abajo. Ignora algunos. Solo uno llama su atención. Es ella. Abre el chat. Lee: “Quiero verte”. Piensa en salir corriendo. Eso hubiera hecho... antes. Ya no. Ahora no.