Dominguero

RECUERDOS

Esos de pasión, de caricias, de besos, de encuentros en la cama o en el mismo sofá donde está sentado. ¡ Qué no hicieron ahí! Prácticame­nte de todo.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@gmail. com

Pensar. Simplement­e se sentó y empezó a pensar. ¿ En qué? En su vida. En lo que había hecho. En su futuro. Diez de la noche de un sábado y no podía creer que estuviera ahí y no en una discoteca o bar con sus amigos. Su teléfono suena. Mensajes llegan. Los ignora. Hoy prefiere la oscuridad de la sala de su casa, una cerveza y su soledad. No lo había hecho antes. No podía creer cómo un momento sin tanta coordinaci­ón, sin tanta parafernal­ia pudiera disfrutar tanto y, sobre todo, empujarlo a reflexiona­r sobre su vida. Su teléfono deja de vibrar. Por un momento recordó cuando esa ráfaga de mensajes de ella llegaban cada mañana a las 6. Ya no está. Ahora le hace lo mismo a otro. No le afecta. Solo recuerda. Aquellos momentos juntos. Siempre con los mismos amigos. A comer, con ellos. Al cine, con ellos. A la playa, con ellos. La reunión familiar, con ellos. A todos lados con ellos. En ese momento de reflexión entiende cuando quien era su novia le dijo: “No estoy dispuesta a compartir esta relación”. Diez meses demoró en entenderlo. Pero no todo son recuerdos no tan buenos. Esos de pasión, de caricias, de besos, de encuentros en la cama o en el mismo sofá donde está sentado. ¡ Qué no hicieron ahí! Prácticame­nte de todo. Ese sofá fue el último escenario de demostraci­ón de su amor antes de terminar la relación. Ahí sentado, viene a su mente ese momento. Casi puede sentir los besos, el roce de su piel, su respiració­n. Casi puede ver su larga cabellera negra, su piel morena y ese tatuaje en su abdomen. Cierra los ojos. Lo imagina. Está ahí. Es ella. La puede tocar. La puede ver. Puede escuchar su respiració­n, sus gemidos, sus gritos cada que sujeta con fuerza su cabello. Ella le pide más. Que lo haga de nuevo. Le gusta la rudeza. Y a él, ser rudo. Los golpes. Los arañazos. Las mordidas. Todo eso lo excita y demasiado. Empieza a sentir un ligero ardor en su espalda. Es la marca de ella. La que le gusta dejarle cada vez que están juntos. Una ráfaga de mensajes lo traen de nuevo a la realidad. Revisa el teléfono. Como 17 llamadas perdidas de sus amigos, otras dos de su madre y una desconocid­a. Revisa los mensajes: 113. No puede ser, piensa. Desliza el pulgar para abajo. Ignora algunos. Solo uno llama su atención. Es ella. Abre el chat. Lee: “Quiero verte”. Piensa en salir corriendo. Eso hubiera hecho... antes. Ya no. Ahora no.

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