Vengadora
Han pasado alrededor de diez horas desde que el celular de su marido le llegó a las manos. Tienen códigos de confianza, pero fue demasiado tiempo en tentación. No pudo.
A esta hora, cuando afuera se prendieron ya todos los faroles, ha cambiado sus contraseñas de redes sociales y correos electrónicos, ha respaldado sus chats de WhatsApp, grabado la pantalla para reproducir conversaciones, tomado capturas y reenviado fotos a su teléfono personal, que ahora está con un técnico, porque se dañó.
El marido no sabe nada aún. Se supone que no tiene que preocuparse de nada, que al final de la jornada, su esposa tendrá de nuevo el equipo reparado y su móvil le será devuelto.
La primera alerta llega a un grupo de WhatsApp, donde algunos malandros, amigos, se han convocado para una reunión. Escribe él, que en realidad es ella, etiqueta a una miembro del grupo y se identifica. Soy la esposa y lo sé todo.
Los alcahuetes, amigos en común de ambos, que siguieron de cerca las historias, en silencio y por pudor, también caen, uno a uno. “Lo sabías”, “nunca me contaste nada”, “no se puede confiar en nadie”. Escribió uno por uno, luego, el Facebook.
¡ Ay, el Facebook! Esa red social del diablo pasaba factura una vez más, como en tantas otras. Ella toma sus redes y publica el material en su perfil, lo más denso, lo que considera una afrenta. Bailan, de nuevo, pero ahora ante los ojos del mundo, desnudos, conversaciones calientes, citas prohibidas y demás detalles innombrables hoy en esta columna familiar.
La vengadora no da tregua fácilmente. Etiqueta a las involucradas, las vende como mercancía. Una campaña silenciosa logra cerrar la cuenta. Él ha perdido todo, esposa, amigas íntimas, redes sociales y hasta la casa. El mundo siempre conoce una versión de la historia, la pública. Otras muchas escenas se ocultan. El llanto no tiene red social.
Si tienes alguna historia escribe a moncadab@ granasa. com. ec o envía un mensaje al 097 953 6548.