Dominguero

EL PEDIDO

Si pudieran llevarle la entrega a la cama y darle de comer, pagaría por ello. Pero no. Tiene que levantarse.

- Por Ángel Amador angelamado­r77@ gmail. com

Le llegó algo más de lo que pidió. Un sábado bastante soleado. Un poco más de mediodía. Demasiada pereza como para salir a comer algo y para levantarse de la cama a prepararse algo. Ahí estaba bien, pero su estómago no dejaba de pedirle comida.

Fácil. Pedir algo.

Desbloquea su teléfono celular. Abre esa aplicación que lo salva en este tipo de situación y empieza a buscar. “¿ De qué tengo ganas?”, se pregunta. Parece que hoy será pollo. Uno asado con ensalada y algo de papas fritas. Sí. Esta vez se va a exceder un poquito de lo normal. Confirma el pedido. Le llega la primera alerta: lo están preparando. La segunda: lo están recogiendo. La tercera: lo están entregando. Nunca mira la foto del despachado­r. Pero esta vez lo hace. “No está mal”, piensa. Piel tostada. Ojos claros. Cabello rizado. La pinta de un modelo. “Esperemos que sea el mismo y no sea otro”, se replica. Faltan cinco minutos para que llegue. Hace el esfuerzo por levantarse. Si pudieran llevarle la entrega a la cama y darle de comer, pagaría por ello. Pero no. Tiene que levantarse.

Toma una salida de baño. Falta un minuto. Escucha el motor acercarse a su puerta. Espera a que toque el timbre y sale. Lo primero que atrae su mirada son esos ojos claros. Es lo primero en distinguir­se en medio de ese color marrón bastante atractivo. “Sí, es él”, piensa. Le entrega la funda mientras le muestra él su teléfono celular para que firme el recibido de la entrega. Le paga y hasta ahí... no.

Le toma la mano. El muchacho voltea. Siente un halón que lo mete a la casa.

Lo siguiente que vio fue una salida de baño que cae al piso, descubrien­do el cuerpo desnudo. El muchacho está claramente impactado. Algo de ayuda no le viene mal.

Fuera pantalón. Fuera camisa. El casco de la moto rueda por la sala, así como sus zapatos. Van a dar al sofá. Todo es tan rápido. Se saltan la parte de las caricias y el cortejo previo para pasar directo a los besos y a la acción. Ninguno de los dos piensa que es un total desconocid­o para el otro. Es lo de menos ahora. Sujeta su cabello como si fuera a arrancarlo de su cabeza mientras besa su cuello y su espalda.

El sofá no para de moverse de un lado a otro. Suena un teléfono. Es el de él. Los pedidos que llegan y que se está perdiendo. Eso no importa ahora. Esta entrega, con propina y un extra, no se repite todos los días. Gritos. Gemidos. Sudor. Todo junto hacen de ese momento algo emocionant­e para ambos. Cada vez más alto. No se sabe si es dolor o pasión. El rostro dice que hay mucho placer de por medio, así que sigue y más duro.

Más y más. Vuelve a sonar el teléfono. Se apura. Debe regresar a la moto. Dale. Dale. No resisten más. Sigue. Sigue. Está por concluir. Más. Más. Eso es todo.

El sol bajó. Al parecer, una gran nube lo tapó. El pollo ya está un poco frío. Lo mete al microondas. Marca un minuto. Escucha el motor. Esta vez se aleja.

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