Mi yo de 16

El álbum viejo estaba entre cosas viejas, en un viejo rincón de la casa de un amigo del cole. La mujer limpió el último fin de semana y me encontró allí, en una foto opacada por el tiempo. Yo tenía una falta azul marino, una camisa celeste y tenis de los baratos. Llevaba un corbatín, un cuaderno y un bolígrafo a la mano. A juzgar por mi cara, no llevaba ganas de fotos despistadas. Estaba sentada en el escalón que bajaba al patio del colegio Ati II Pillahuaso, que me vio bachiller al año siguiente de esa foto. No sé qué escribía en ese momento. Seguramente algún deber atrasado. Nunca fui buena para mantener al día los cuadernos. Creí que no tenía ningún momento registrado de forma tan nítida de mi época en ese colegio. No era un tiempo digital, a duras penas tenía MSN y empezaba mis pininos en Hi5; pero estoy emocionada. Esa foto trajo consigo una avalancha de recuerdos, buenos y malos, de aquel tiempo en el que el teatro era mi vida, pasión y muerte.

Esa yo de 16 no podría imaginarse periodista por esos días. Los guiones de libretos adaptados y los ensayos hasta sangrar eran en ese momento su motor de existencia.

Tampoco podría haberse imaginado que aquel amor puro que gozó esos días moriría en un accidente de moto unos años después, sin despedida y con algunas apariciones en los sueños. Menos pensaría entonces en que se convertiría en la primera en irse de casa de todos sus hermanos. Inimaginable si se tiene en cuenta que, de todos los hermanos, siempre fue la más pegada a casa.

Esa niña, tímida, que creía entender al mundo, tenía el alma muy frágil, pero no lo sabía. Y no hubiera asimilado que aún hoy sana las heridas que la marcaron en ese presente que vivía entonces, que tantos contrastes tuvo. Esa niña y yo le damos gracias a la esposa de Carlos Zumba, por recordarnos que cada escalón ha contado en el trayecto, por hacernos recordar de dónde vinimos, para no perdernos.

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