SOLO UNA CERVEZA
El primer trago y el saludo. Le lanza algunos halagos por su baile. Resulta que es bailarina profesional.
Entra. Este olor a cigarrillo mezclado con el de licor es lo primero que percibe. Hace tiempo que no lo olía, no desde este encierro. Busca un espacio en la barra. En el rincón, alejado del resto, encuentra un espacio. Pide una cerveza. La música invita a bailar, pero nadie puede. Eso sigue prohibido. Aunque una muchacha se anima a salir sola. Todos la admiran como si esos movimientos de pies y manos fueran parte de un ritual nunca antes visto. Unos estruendosos aplausos la invitan a buscar su asiento, pero prefiere la barra. Junto a aquel chico del rincón y su cerveza. Ni siquiera la ha tocado cuando la mujer se acerca a buscar una agradable conversación. El primer trago y el saludo. Le lanza algunos halagos por su baile. Resulta que es bailarina profesional. Trabaja en el bar y esa demostración es parte de un show para los clientes que deben aguantarse las ganas de salir a la pista. Otro trago. Ya entran en confianza. Ella toma asiento y pide su propio trago: un vodka con jugo de naranja. Hablan de sus vidas, sus profesiones, sus gustos y desagrados. Él es maestro universitario de Filosofía, pero no estaba ahí para hablar de Aristóteles o Platón. Solo quiere distraerse un poco. Un trago más. La botella va por la mitad. La joven lo invita a bailar. Se niega. No es de esos que le guste el baile. Reconoce que no lo hace bien.
La mujer insiste tanto que lo convence. Le enseña unos cuantos pasos básicos. Lo rígido de sus articulaciones le impide seguirle el paso a la muchacha que vuelve a llamar la atención de los clientes.