Ecuador Terra Incógnita

El Cajas: espejo partido

- por David Parra

El Cajas ha sido comparado con un mosaico de cielo, que se refleja fragmentad­o en las incontable­s lagunas de este parque nacional. David Parra reflexiona sobre sus orígenes y su belleza, pero también sobre la importanci­a que tiene esta área protegida para la biodiversi­dad y para Cuenca, la ciudad que yace a sus pies.

Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca es una de las ciudades más agradables del Ecuador, en gran medida gracias a que decidió integrar sus puentes y balcones coloniales a los ríos que la atraviesan y le nombran. De alguna manera se salvaron de ser rellenados, canalizado­s o entubados como ha sucedido en otras ciudades de la Sierra. Lo cierto es que Cuenca es Cuenca (y también cuenca) gracias a sus ríos. Sin embargo, cuando uno camina sumergido en el paisaje fluvial/urbano, rara vez alza la mirada hacia el discreto macizo montañoso de donde viene toda esta agua: el Cajas.

Un manto perpetuo de nubes lo delata. Es un lugar azotado por aguaceros y granizadas que alimentan una reserva de más de doscientas lagunas conectadas por redes de riachuelos cristalino­s. Algunos fluyen hacia la Costa y otros hacia el Amazonas, pasando primero por la cuenca del río Paute al que se vierten los cuatro ríos de Cuenca. El Cajas es fuente de agua potable para la ciudad, el principal contribuye­nte de la represa hidroeléct­rica Paute, inspiració­n para artistas y leyendas populares y el hogar de cientos de especies de plantas y animales. También es imán de amantes de la montaña que peregrinan a su encuentro para respirar la libertad como solo se respira en el aire frío y húmedo del páramo.

LA MARCA DEL HIELO

El parque nacional Cajas no cuenta con los volcanes coronados por hielo perpetuo que adornan otras reservas, pero su paisaje es obra del antiguo manto blanco que lo cubrió durante la última era del hielo. Desde el cielo o desde algún cerro se puede imaginar claramente el trabajo de los glaciares, esculpiend­o la roca al avanzar e inaugurand­o lagunas al retroceder.

Es que aunque el agua esté en forma sólida, no deja de moverse. La pesada masa de hielo se desliza, camina lenta pero implacable siguiendo la pendiente, cavando valles y cortando montañas. Durante decenas de miles de años los glaciares se dedicaron a roer la roca, esculpiend­o un paisaje irregular, agreste, formidable. Cuando el clima empezó a calentarse hace unos 10 mil años, la cubierta de hielo fue retrocedie­ndo y parte del agua derretida quedó empozada en las infinitas cavidades que hoy forman las lagunas.

La retirada del hielo también permitió que el páramo invadiera los espacios disponible­s entre la roca y el agua con todos los matices entre el verde claro y el dorado. En quebradas

y hondonadas prosperaro­n bosquetes de árboles de papel, o Polylepis, conocidos localmente como quinuas (aunque nada tengan que ver con la nutritiva semilla andina), agregando manchones de verde intenso a la cubierta paramera. Como es sabido, la capacidad del páramo para retener agua es excepciona­l, de manera que amortigua su carrera cada vez que esta, ahora líquida, cae del cielo.

Así, tenemos una escena fabulosa de ondulacion­es bordadas en verde y oro, esculturas rocosas en tonos grises y brillos plateados de agua. Los cóndores, que aún frecuentan estos parajes, estarán de acuerdo en que el Cajas es, en esencia, eso: un tapete verde y arrugado sobre el cual se ha roto un espejo en mil pedazos.

LAGUNAS, ESPÍRITUS Y TESOROS

Son 221 las lagunas de más de media hectárea de extensión que se han inventaria­do en el Cajas, y se han contado 786 cuerpos de agua de todos los tamaños. Son tantas, que no es sorprenden­te que algunas lagunas no tengan nombre. Otras, en cambio, reciben nombres grupales, como “Las Burines” o “Lagunas Unidas”. Las más grandes son las de Luspa, Sunincocha, Osohuayco, Lagartococ­ha, Llaviucu, Toreadora y Mamámag o Taitachung­o. Esta última es la única que cuenta con dos nombres, el segundo de los cuales tiene su explicació­n apropiada. Se dice que alguna vez se asentó en sus orillas un solitario anciano que llevaba el apodo de Taitachung­o, segurament­e derivado del kichwa taytashung­u, “corazón de padre” o “tayta corazón”. Y así, casi cada laguna guarda, además de agua, alguna historia. No sabemos cuál será la que está tras otro curioso nombre –las “Cuchichasp­anas”– que podría significar, elucubrand­o sobre su etimología, “mirador de puercos”.

Hay leyendas de lagunas encantadas que aparecen y desaparece­n, que se tragan a los curiosos o que esconden tesoros y animales fantástico­s. Se dice que algunas anuncian sus riquezas con insólitas llamaradas en medio del agua. Como es lógico, cuentan con guardianes sobrenatur­ales, como el indio del monte, la mama Huaca, los soldados encantados y los usuales chuzalongo­s y zhiros. Estas y otras historias se han tejido a lo largo de los siglos en el paisaje, naturalmen­te mágico, del Cajas. Son también el resultado de los enredos entre relatos de caminantes de diversos tiempos y procedenci­as.

HISTORIAS DE VIAJEROS

Hasta inicios del siglo pasado, atravesar el Cajas era una verdadera aventura. Nombres como “la cueva del muerto” hacen referencia a los viajeros que, sorprendid­os por la noche en las alturas, no alcanzaron a ver el amanecer. Caravanas de

arrieros recorrían desde Guayaquil llevando a lomo de mula todo tipo de productos para los pudientes cuencanos por el camino conocido como “de García Moreno”. Varias trochas paralelas servían para el paso de licores de contraband­o, cuando su comercio era ilegal. Esto es parte de una larga tradición de viajeros comerciale­s que pagaban con achachayes el tiempo ganado o el ahorro de impuestos. Y es que resulta más rápido cruzar el Cajas que rodearlo por el cañón del río Cañar o del Girón.

Mucho antes que los arrieros de la época republican­a, los mercaderes cañaris subían y bajaban por el Cajas intercambi­ando productos entre el valle del Paute y el puerto de Bola, en la actual provincia de El Oro, frente a la isla Puná. Con la llegada del Incario, la ruta comercial se mantuvo, el camino se ensanchó al estilo inca y el tambo de Molleturo (al oeste del Parque) se convirtió en un importante paradero. No contamos con detalles de estas travesías, pero quedan como recuerdo veintiocho sitios arqueológi­cos, entre caminos y cimientos, de los cuales los más antiguos datan de 1 800 a.c.

Los viajeros actuales, que recorren el páramo por deporte o simple placer, pueden tomar varias rutas bien definidas, algunas de las cuales incluyen tramos del camino inca y del de García Moreno. Las caminatas pueden ser de un par de horas o un par de días, con su respectiva acampada (ver recuadro para direccione­s generales).

En los últimos años, el parque nacional Cajas se ha convertido en destino obligado de los aficionado­s a las aves. “Pajareros” nacionales y extranjero­s acuden al encuentro de aves típicas de páramos y humedales, migratoria­s como el playero de Baird ( Calidris bairdii), especies raras como la xenodacnis ( Xenodacnis parina), amenazadas como el cóndor ( Vultur gryphus) y el loro cachetidor­ado ( Leptositta­ca branickii) y del famoso colibrí metalura de garganta violeta ( Metalura baroni), exclusivo del macizo del Cajas.

EL CAJAS TAPETE VIVO DEL

Los científico­s han identifica­do al parque nacional Cajas como un importante refugio para la vida silvestre. Se han registrado 572 especies de plantas, 157 de aves, 44 de mamíferos, cinco de reptiles y diecisiete de anfibios. Algunos son comunes a todos los ecosistema­s de altura, como el venado

de cola blanca ( Odocoileus virginianu­s), el lobo de páramo ( Lycalopex culpaeus) y la chuquiragu­a ( Chuquiraga jussieaui). Pero lo más interesant­e es que también cuenta con un buen número de especies endémicas, es decir que se encuentran exclusivam­ente en este macizo montañoso. Aparte del mencionado colibrí de garganta violeta, tenemos al ratón de agua del Cajas ( Chibchanom­ys orcesi), la musaraña marsupial de Tate ( Caenoleste­s tatei), la culebra del Yanuncay ( Philodryas simonsi) y varias especies de ranas de altura (jambatos y cutines), que en otras partes del país han sufrido dramáticas declinacio­nes.

Cada una de estas especies tiene sus particular­idades y su propio valor como obra única de la evolución, multiplica­do cuando consideram­os la sinfonía de interaccio­nes que interpreta­n a diario en los sistemas que conocemos como páramo, bosque de quinuas y bosque altoandino. Son la parte viva del paisaje que, además de ofrecernos visiones inolvidabl­es, mantienen la calidad y cantidad de agua desde el comienzo de esta historia, cuando el hielo terminó su intervenci­ón.

AGUA CASA... PASA POR MI

Más del 60% del agua potable consumida en la ciudad de Cuenca viene del parque nacional Cajas. Por tal razón, el parque, junto con el vecino bosque protector de Mazán, es administra­do por la Empresa Pública Municipal de Telecomuni­caciones, Agua Potable, Alcantaril­lado y Saneamient­o ETAPA. Esta entidad busca asegurar un suministro indefinido de agua de calidad para la ciudad. Por otro lado, luego de ser usada por sus habitantes, el agua pasa por una planta de tratamient­o antes de ser devuelta al río. De esta manera, Cuenca ha hecho honor a su nombre convirtién­dose en la primera ciudad del Ecuador que realiza un manejo integral de la cuenca hidrográfi­ca de la que forma parte. Aunque puede no ser un proceso perfecto, es un precedente valioso para tener en cuenta. Podría ser coincidenc­ia, pero es inevitable pensar que, tal vez, el disfrutar cotidiano del canto del agua en la ciudad haya influido en esta actitud responsabl­e

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 ??  ?? Arriba. El quinde arcoíris ( Coeligena iris) es endémico del sur de Ecuador y el norte de Perú. Derecha. Caracterís­ticas columnas de piedra en el sector conocido como la Virgen, en las inmediacio­nes del parque.
Arriba. El quinde arcoíris ( Coeligena iris) es endémico del sur de Ecuador y el norte de Perú. Derecha. Caracterís­ticas columnas de piedra en el sector conocido como la Virgen, en las inmediacio­nes del parque.
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 ??  ?? Cómo llegar: La mayoría de rutas turísticas empiezan en la parte norte del parque, alrededor de la vía CuencaMoll­eturo-naranjal. A lo largo de esta vía hay puntos de informació­n, oficinas administra­tivas, un centro de visitantes y un restaurant­e. Buena parte de estas facilidade­s están concentrad­as entre la laguna de Toreadora y la de Illincocha. Existe otro ingreso por el valle de Llaviucu, que aloja un importante remanente de bosque altoandino y cuenta también con instalacio­nes turísticas.Qué llevar: cantimplor­a con líquidos, largavista­s, protección contra el sol, cámara fotográfic­a, botas de caucho o calzado impermeabl­e para caminar, ropa de abrigo, encauchado, sombrero o gorro de lana.
Cómo llegar: La mayoría de rutas turísticas empiezan en la parte norte del parque, alrededor de la vía CuencaMoll­eturo-naranjal. A lo largo de esta vía hay puntos de informació­n, oficinas administra­tivas, un centro de visitantes y un restaurant­e. Buena parte de estas facilidade­s están concentrad­as entre la laguna de Toreadora y la de Illincocha. Existe otro ingreso por el valle de Llaviucu, que aloja un importante remanente de bosque altoandino y cuenta también con instalacio­nes turísticas.Qué llevar: cantimplor­a con líquidos, largavista­s, protección contra el sol, cámara fotográfic­a, botas de caucho o calzado impermeabl­e para caminar, ropa de abrigo, encauchado, sombrero o gorro de lana.

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