Ecuador Terra Incógnita

Carta del editor

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Los ecuatorian­os tienen una macabra costumbre: bautizar sus emprendimi­entos con el nombre de aquello que destruyen o colonizan. Así, cuando un centro comercial reemplaza el cinturón verde urbano, se lo llama sin problemas “El Bosque”, y si una urbanizaci­ón ocupa una arboleda será bautizada como “Los Sauces”, “Los Álamos” o simplement­e “Laarboleda”.

Los casos nombrados podrían verse como una forma de cinismo, una ostentació­n de la falta que proclama ante los demás el poder e inmunidad del ostentador, como una celebració­n pomposa del primer malhabido millón o un homenaje público al primo sinvergüen­za.

Hay, sin embargo, ironías más siniestras que exigen explicacio­nes antropológ­icas o en el campo de la psiquiatrí­a cultural. Tal es el caso de las localidade­s que adoptan el nombre de aquello que han desplazado, diezmado o exterminad­o. La variedad más dramática es la del campo petrolero Tetete, establecid­o en 1980 por Texaco en las cabeceras del río Cuyabeno. Los tetetes fueron un pueblo diezmado por los caucheros a principios de siglo XX a quienes la colonizaci­ón petrolera remató; la última vez que alguien los vio fue en 1973.

Las variacione­s abundan. Santo Domingo de los Colorados se llamó la ciudad que desplazó a ese grupo; se la rebautizó de los Tsáchilas, con cortesía ejemplar. El proyecto que acabará con los páramos de Quimsacoch­a, alardea ese mismo nombre.

En el caso de la vía Auca que penetra el territorio wao, el nombre lo adopta el dispositiv­o exterminad­or. Construida en los setenta por Texaco, es emblemátic­a de las presiones que arrinconan a los waorani que han rechazado asimilarse a la sociedad nacional. Milagros Aguirre, en su nota, analiza la dramática situación que esas presiones imponen hoy a los tagaeri-taromenani. “Taromenani” o “Tagaeri” podrían ser los nombres apropiados, bajo nuestra truculenta tradición, para la carretera que Petroamazo­nas construye bloque 31 adentro, junto al mitológico ITT.

Las vías en el Yasuní amenzan además a la fauna única del parque. Santiago Espinosa nos descubre la historia natural del más espléndido de sus representa­ntes –el jaguar– y basado en sus investigac­iones, nos advierte de los riesgos que la profundiza­ción del extractivi­smo plantea para la persistenc­ia de sus poblacione­s en el país.

Será otra burla sangrienta: sacrificar al jaguar para que los alemanes nos llamen así.

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