los shuar del alto Nangaritza
ANunkaim, una de las abuelas más sabias del centro shuar Wampiashuk, le rodean una docena de sus nietos. Vienen de la aja, la huerta tradicional shuar. En silencio escuchan de su abuela la historia de las mujeres que morían al no poder parir sus hijos, por lo que sus esposos tenían que abrirles la barriga.
Un día, una mujer que estaba a punto de dar a luz fue a la aja y empezó a llorar desconsolada.
–¿Por qué lloras? –preguntó una ratona que pasaba por ahí.
–No puedo parir a mi hijo –respondió–, me tienen que abrir el vientre y voy a morir. La ratona la miró detenidamente. Pero si eres grandota –replicó–. Yo, que soy chiquita, tengo muchos hijos, míralos, vienen aquí conmigo. No será necesario que te lastimen, yo te puedo ayudar.
Reunió entonces a todos los de su especie que por ahí encontró, juntaron su sabiduría y ayudaron a la parturienta en el alumbramiento.
–¡Ya ves cómo todo salió bien! –recalcó la ratona. Entonces envolvieron al niño y se lo entregaron a la mujer–. Como te hemos ayudado, –prosiguió–, tendrás que dividir la aja y sembrar para nosotros también.
Así será –replicó la mujer agradecida–. Esta parte será para ustedes, nosotros cosecharemos la otra mitad.
Nunkaim se calla un momento. –Ya ven –les dice– al sembrar la aja debemos pensar también en los animales. ¿Qué no ven que también son shuar?
Como en este cuento, la tradición oral de la nacionalidad shuar muestra el vínculo que este pueblo ha tenido con la naturaleza o, al menos, que tenía cuando los modelos económico y educativo shuar estaban íntegros.
MURAYA SHUAR
Parece ser que la nacionalidad shuar tiene sus orígenes hace más de mil años, al norte de Zamora-chinchipe, en el curso del río Zamora hasta Bomboiza, en Morona- Santiago (ver ETI 36). Luego fue expandiéndose hacia varios ríos tributarios del Zamora como el Bombuscaro, Jambué, Yacuambi (Suririsa), Chuchumbletza, Machinaza y Nangaritza (Irambisa). La toponimia, vestigios de cerámica y los propios territorios reconocidos actualmente dan cuenta de esta ocupación.
La base de la sociedad shuar en tiempos históricos fue la familia ampliada, que dominaba un territorio mediante una ocupación dispersa y una agricultura itinerante, y que mantenía relaciones de parentesco o alianzas con familias cercanas, generalmente vecinas de la misma cuenca hidrográfica. Estas relaciones eran determinantes para enfrentar guerras con clanes familiares de otros ríos o con los awajun del lado oriental de la cordillera del Cóndor, lingüística y culturalmente afines a los shuar, aunque ahora separados por la frontera Ecuador-perú.
A diferencia de otras nacionalidades amazónicas de las vastas planicies de la región, los shuar se establecieron más cerca de la cordillera andina y algunos se encaminaron hacia zonas montañosas. A estos se los denomina muraya shuar (gente de las montañas) dentro de la gran nación shuar. Es posible que hace más de seis generaciones los primeros habitantes shuar del alto Nangaritza (ver mapa, pág. 43) dejaran sus antiguos territorios en Gualaquiza y Yanzatza debido a los frecuentes conflictos, alianzas familiares, crecimiento poblacional y movilidad interterritorial. De todas las comunidades que ahora pueblan esta zona, solamente los de Shaime, Yayu y Yawi parecen ser naturales de la región. Ellos dominaban vastas áreas que van desde el cerro Plateado hasta el río Chumbiriatza.
Quienes migraron mantuvieron fuertes relaciones de parentesco con los habitantes de los territorios bajos, como sugieren varios apellidos comunes. Por ejemplo, en Yayu habitan los Ankuash, en Yawi están los Wampach y Saarentsa está ocupado por los Sharup, todos apellidos comunes en Gualaquiza y a lo largo del Zamora. Otros centros shuar del Nangaritza tienen relaciones de parentesco con los awajun. Se cree que entre
los primeros habitantes de Shaime estuvieron mujeres awajun capturadas en alguna guerra.
En años recientes han continuado las migraciones. Así, hace apenas tres décadas algunos shuar del río Yacuambi y de Gualaquiza poblaron los centros shuar Napints, Chumpias y Wampiashuk, con el consentimiento de la asociación de centros shuar Tayunts, conformada por diez centros pertenecientes a la federación Shuar de Zamora-chinchipe. El conocimiento ancestral de Rufino y Nunkaim Tiwi –habitantes pioneros de Wampiashuk– trasciende las fronteras de los antiguos territorios de ocupación de las familias shuar. Ellos, al igual que otros ancianos dan cuenta de la importancia que tienen los ríos y el bosque para su subsistencia física, pero también como cultura. Ejemplo de ello es el respeto hacia el Mura Nunka Entsa Jiniarma (cerro Plateado), macizo donde nacen los principales ríos que son su fuente de pesca, agua de consumo, ritualidad (cada vez menos frecuente) y, ahora, oro, obtenido en las playas con prácticas artesanales.
TRANSFORMACIONES
Los muraya shuar, habitantes tradicionales del sur de la cordillera del Cóndor, ahora viven en casas de madera con techo de zinc, dispuestas alrededor de la casa comunal, la escuela, la cancha o la capilla. Estos conglomerados, resultado de las incursiones religiosas, han favorecido un continuo cambio sociocultural y económico. Al parecer, esta transformación, iniciada en la década de 1980 con la llegada de los primeros colonos mestizos y kichwa saraguros, se ha acelerado debido al anhelo generalizado de los shuar de “salir de la pobreza”. Hay entre ellos quienes piensan, sin embargo, que todavía viven en una tierra pródiga donde, en realidad, no falta nada.
Entre los shuar del alto Nangaritza ahora impera la ideología del “desarrollo” y el “progreso”. Progresar es sinónimo de tener más bienes materiales (un televisor, una moto, un computador). Se llevan a cabo ferias semanales donde los shuar venden productos de la tierra y compran víveres (muchos de ellos enlatados), ropa o electrodomésticos, en varios casos adquiriendo deudas que pagan en largas cuotas mensuales. El dinero para comprar productos de primera necesidad y otros bienes lo obtienen de tres fuentes: la venta, a precios bastante bajos, de los frutos de sus ajas; del ganado, que mantienen como un respaldo ante cualquier eventualidad; y del comercio de madera. El ritmo de extracción maderera es tal que conduce a los shuar del alto Nangaritza a un círculo perverso: con la reducción progresiva del bosque, la cacería, la recolección y la pesca son cada vez más escasas. Aunque actualmente los muraya shuar han expresado su rechazo a las actividades extractivas a gran escala en sus territorios (ver ETI 54), surgen interrogantes sobre lo que pueda suceder cuando la madera se agote.
La deforestación, el empobrecimiento de los suelos y la vertiginosa apertura de carreteras en el alto Nangaritza contribuyen al efectivo empobrecimiento material de los muraya shuar, a más de la pérdida de la cultura ligada al bosque.
La reciente apertura de una vía planificada hace más de quince años dividirá uno de los bosques mejor conservados de la región, que ha sido fuente de recursos, alimento y espiritualidad para los muraya shuar. Según algunos habitantes del área, este carretero precipitará la extracción de las pocas maderas finas que quedan, el detrimento de valores culturales fundamentales, la pérdida de independencia ante la economía de mercado e, incluso, cambios de dieta que, como ellos mismo reconocen, no siempre son más saludables. Por otro lado, gente de varias comunidades espera con ansias el carretero que facilitará su movilización y la salida de los productos que sustentan sus ingresos.
La interrogante es si estos cambios alejan o acercan a los shuar del alto Nangaritza del tarimiat pujustin, equivalente al sumak kawsay cuya traducción literal sería “auténtico vivir”. Francisco Kukush explica que la dificultad de reducir el concepto a palabras estriba en que involucra muchos aspectos relacionados: vivencias, sentimientos, posesiones materiales y espirituales... Sin embargo, coincide con otros shuar en que el auténtico vivir se fundamenta en el territorio. Incluye un hogar bien constituido, una casa donde vivir y recibir visitantes, el cultivo de la aja y la cercanía a abundantes bosques y ríos saludables. También necesita del reconocimiento de la comunidad como un kakaram shuar, una persona fuerte que ayuda a los demás, y de la capacidad de renovar esa fuerza en la energía de las cascadas, con la ayuda del natem ( Banisteropsis caapi) y del maikiua ( Brugmansia spp.). De esta forma intentan vivir su día a día como se lo han transmitido sus mayores y esperan ellos hacerlo a sus “renacientes”