Carta del editor
En este número especial conoceremos las improbables comarcas en donde nace el río Nangaritza. Improbables, digo, pues estamos programados para relacionar a la Amazonía con el llano, y a los ríos que cruzan entre montañas con someros torrentes de espuma blanca.
Pues bien, en el valle del Nangaritza se rompen estos preconceptos. Estamos en la selva amazónica, pero además de la maraña verde de árboles gigantes, nos rodean abruptas montañas, y los ríos de selva –morosos, cristalinos y negros por la infusión de la hojarasca– discurren entre desfiladeros y encañonados.
La gente que habita el Nangaritza también alude a la paradoja. Se llaman a sí mismos los muraya shuar, los shuar de la montaña. Llegaron aquí, cuenta la tradición, huyendo de la intensificación de conflictos con comunidades vecinas y colonos. Si bien mantienen relación cercana con sus parientes del bajío, han desarrollado una cultura tan singular como los parajes que ocupan. Hoy afrontan el ímpetu renovado del colonialismo interno –carreteras inconsultas, concesiones a empresas mineras, colonización de sus territorios– y huir no es una opción, pues ya no hay a dónde. Los cambios son ineludibles para los shuar del Nangaritza, aunque no siempre obedecerán a sus propios términos.
Aderezamos estas crónicas con otras –gráficas esta vez– de tres fotógrafos cuyos diferentes estilos hacen honor a la diversidad que encontramos en el suroriente: Martina Avilés, Nicolás Kingman y Jorge Vinueza. ¡Disfrútenlas!