Ecuador Terra Incógnita

Pagar para conservar

¿cómo funciona Socio Bosque?

- por Melissa Moreano

Los pagos por conservaci­ón de bosque son promovidos desde el estado. Un análisis de Melissa Moreano aclara cómo funcionan Socio Bosque y los mecanismos REDD+.

Cerremos los ojos por un momento e imaginemos los exuberante­s bosques tropicales amazónicos o del Chocó, de grandes árboles de hojas anchas. Ahora, los bosques andinos de troncos retorcidos bajo el peso de musgos, helechos, orquídeas y bromelias. Por último, los vastos páramos que se pierden en la distancia. ¿Cuánto dinero representa­n? ¿El valor de los árboles es mayor así, de pie como albergue para animales, o como madera para combustibl­e o muebles? ¿La paja y las almohadill­as del páramo valen más que las represas o minas que se puedan instalar en ellos?

La economía ambiental se ha propuesto responder esas preguntas. Esta disciplina, muy en boga en el mundo de la conservaci­ón, asume que el único modo de proteger la naturaleza es que esta compita económicam­ente con las actividade­s que la destruyen; es decir, que se obtenga del bosque en pie más ganancias que de la madera que contiene. Mediante el lenguaje de los números, persigue que la gente se anime a cuidar los bosques y páramos que son de su propiedad. Pues, solo el 44% de la vegetación natural de nuestro país pertenece al estado y está, en teoría, protegido. Otras tierras con vegetación natural pertenecen a algunas entidades estatales, como por ejemplo el Seguro Social. También son propietari­os municipios y otros gobiernos locales.

Pero mucha, muchísima de la tierra que aún alberga bosques y páramos tiene dueños y dueñas, con papeles en mano. Viven ahí con su familia cultivando una porción de su propiedad, o en la ciudad más cercana, y la mantienen con la ayuda de trabajador­es. Las comunidade­s –indígenas, afroecuato­rianas, montubias, mestizas– también poseen bosques o páramos de forma colectiva. En esas zonas, y por diversas razones, estos ecosistema­s se han mantenido por generacion­es y generacion­es; sus dueños los han usado más o menos sustentabl­emente, sacando ciertos árboles o un poco de pajonal para construir sus casas, sus canoas o para producir energía, cazando animales para comer, limpiando pequeñas parcelas para la siembra, pastando pocas cabezas de ganado. Algunos han querido botar todo el bosque, pero algo lo ha impedido: falta de tiempo, de dinero, de mano de obra o de compradore­s para la madera. Otros no han querido sustituir el pajonal o el bosque, pues aman lo que estos albergan o se reconocen como parte de ellos. Sin embargo, esos ecosistema­s están bajo constante amenaza. Las más graves son la extracción masiva de árboles para comercio legal e ilegal de madera y la deforestac­ión para la agroindust­ria y las industrias extractiva­s. Los últimos datos del ministerio del Ambiente dicen que entre 1990 y 2008 se perdieron, en promedio, 80 mil hectáreas de bosques por año. Los datos de comercio de madera son difíciles de conseguir porque hay muchísima ilegalidad, pero en 2005 la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a reportó que el 70% de la madera que se compra y vende en nuestro país

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