De la selva sí somos
A través de la conversación que sostuvieron Bosco Santiak y Ángel Utitiaj con Juan Freile, aprendemos sobre la búsqueda de autonomía del pueblo shuar en sus tierras.
Es cosa de todos los días. Unas personas nos creemos capaces de indicar a otras cómo deben vivir. A veces sugerimos, pero lo habitual es que demos instrucciones. La evangelización, los programas estatales y los proyectos particulares han colmado las “agendas” de los pueblos amazónicos de recetas para salir de la pobreza, la ignorancia y la marginación en la que, así han supuesto quienes llegan desde afuera, viven dichos pueblos. Existe la tácita creencia de que los “afuereños” saben (sabemos) cómo conviene vivir. Mas, ¿son en verdad pobres o marginales o ignorantes esos pueblos? ¿Nos han pedido que les digamos qué hacer y qué no?
Es común que los técnicos, como los religiosos o los “estudiados”, solamos hablar más de lo que escuchamos. A contramano, sentémonos ahora a escuchar lo que Bosco Santiak y Ángel Utitiaj, líderes del pueblo shuar de Morona Santiago, tienen que contar.
Aunque los shuar han ocupado los montes entre los ríos Kuankus, Cenepa y Zamora desde tiempos remotos, fue apenas a mediados del siglo XX cuando empezaron a congregarse en centros comunitarios y a esbozar modos de organización colectiva juntando centros próximos en asociaciones. Hasta entonces, las familias se desplazaban por amplios territorios que identificaban como propios pese a no haber trazado las líneas que los limitaban. Los suce- sos que motivaron la creación de centros tienen relación, a decir de Bosco, con los primeros encuentros con la iglesia y el estado nacional.
El vertiginoso cambio que sufrió su territorio y su modo de vida en el curso de las siguientes décadas derivó en necesidades nuevas, en carencias antes desconocidas. Así, el año 2001 sorprendió a los miembros de varias asociaciones discutiendo sobre estos malestares. Tres temas críticos eran preocupación común: la salud, la educación y la pérdida de tierras por la progresiva ocupación de colonos, las ventas ilegales y la presión de los madereros. En sucesivas asambleas trataron estos temas procurando que el estado ecuatoriano atienda sus necesidades. Coincidió en aquel tiempo la entrada de la fundación Natura a través del proyecto Paz y Conservación, una iniciativa que nació tras la resolución de los conflictos limítrofes con el Perú. Contrario a lo común, esta vez la ONG debió acomodar sus acciones a las necesidades reales identificadas por los propios regentes del territorio. “La fundación nos acompañó”, subraya Bosco. Como también acompañó, según deduzco, la federación interprovincial de centros shuar, que es la mayor organización política del pueblo shuar, con más de quinientos centros y 120 mil personas.
Los análisis y las discusiones corrieron hasta 2003, cuando nació la organización Pueblo Shuar Arutam (PSHA), que integra más de 10 mil personas de 47 centros comunitarios. No nació porque sí. Su formación se fundamentó en la constitución vigente en Ecuador
“…el que no tiene tierra no tiene nada; la tierra da libertad y educación y tiempo para uno”. Ángel Utitiaj
en aquellos años, que abría la posibilidad de crear circunscripciones territoriales indígenas (CTI). La actual constitución va un poco más allá y delinea los procedimientos para establecer tales circunscripciones, pero el país todavía carece del marco legal para su creación. Según Ángel, una CTI permitirá al pueblo shuar organizarse a su manera, en apego a su forma de vivir, a sus costumbres, a sus reglas. “No estamos diciendo que no somos parte del Ecuador; todo lo contrario, lo que queremos es vivir libres dentro del Ecuador, pero a nuestra manera”. Les permitirá, en otras palabras, gobernar con autonomía su territorio.
“En el proceso de integrar el PSHA entendimos la importancia de gobernar sobre nuestro territorio. Son 220 mil hectáreas las que hacen nuestra tierra”. Por aquí empieza Bosco a contarme sobre la zonificación del territorio autónomo y el plan de vida del PSHA. Escéptico, le cuestiono sobre la influencia que pudo ejercer Natura en el diseño del mencionado plan y en la zonificación, pero no consigo formular la pregunta del todo porque el gesto de Bosco me indica que ya esperaba esta pregunta. “El plan de vida es guía de las actividades para gobernar nuestro territorio”, dice. “Nosotros hemos venido discutiendo desde siempre sobre eso que ahora llaman ‘el buen vivir’. Para el shuar, la naturaleza es el buen vivir; ahí está la alimentación, la salud, la vivienda. Tú te vas y al paso encuentras frutas, dónde bañar, qué cazar, el poder de las cascadas”. Esto le explicaba a Bosco su papá, y a él, su papá. Y, en esencia, a esto apuntan porque, como explicó Ángel, “los planes de vida tienen que ser propios, no pueden tener lineamientos del estado o de otros. Nosotros, los pueblos amazónicos, o ustedes mismos, tienen sus planes propios. Nadie debe imponer ni marcar el ritmo de vida de los demás”.
Algunos temas clave apuntalan este plan de vida: la espiritualidad del bosque, el control territorial y la cultura shuar. “Es un plan de vida bien shuar” –señala Nicolás Kingman, técnico del Centro de Planificación y Estudios Sociales (CEPLAES) quien ha trabajado en tierras shuar desde hace años. “El lenguaje de conservación, de sustentabilidad, es adoptado y adaptado, los conceptos ya los tenían de antes. El plan de vida actual tiene diez años de vigencia, y actualmente están actualizándolo para los próximos veinte años, incorporando nuevas políticas y temas nuevos como tecnología y cambio climático”.
El territorio del PSHA está dividido en zonas de protección (la mayor parte) y zonas de uso. La zonificación se hizo por centros y asociaciones. Se discutió en muchas asambleas –explica Bosco–, y como fruto de ello se destinaron más de 89 mil hectáreas para protección
estricta que ahora están bajo convenio con el programa Socio Bosque (ver página 30). Los recursos que reciben por su protección se distribuyen entre cuatro unidades ejecutoras, mismas que deben presentar un plan de inversiones a la asamblea general para su aprobación. Estas unidades desarrollan actividades productivas y proyectos o satisfacen las necesidades de salud, comunicación, etcétera.
“A veces nos perdemos de nuestra guía, que es el plan de vida –dice Ángel–, pero hasta ahora los líderes del PSHA han propuesto ideas que corresponden a nuestras necesidades; tal vez no han hecho puentes ni carreteras, y eso a veces la gente ve como debilidades, pero no nos damos cuenta de que han construido otras cosas más importantes: han construido los cimientos para que nuestro pueblo siga creciendo y transformándose. Si usted ve hasta en el bosque hay cambios, pero esos cambios son lentos, son despacio. Así mismo creemos que debe ser para los shuar”.
Pero no ha sido así. La transición de pueblos autónomos moviéndose por un territorio vasto, a la vida en centros comunitarios, en asentamientos sedentarios, en ciudades, la escolarización obligatoria, la religión impuesta, nuevos modos de producción y comercio, ha sido demasiado rápida. “En cosa de dos generaciones –recalca Nicolás–, debieron aprender lo que a la llamada civilización occidental le tomó miles de años”. Con un profundo apego por su territorio, parece ser que los shuar han sabido salirle al paso al desbocado cambio.
Dándome de suspicaz, y seguro algunos lectores estarán ahora pensando lo mismo, pregunto a Bosco si todo este plan de vida, esta zonificación, y la misma PSHA no están como
están gracias a los ingentes recursos económicos que reciben del programa Socio Bosque. También se lo pregunto a Nicolás. De sus respuestas aprendo que, si bien dichos fondos facilitan la ejecución de proyectos concretos, estos acontecerían de todos modos, aunque mucho más lento, si esa plata no existiese. Que las actividades de control y gobierno territorial se han agilitado, sí, pero que el territorio seguiría estando igual porque la importancia del bosque para los shuar va más allá de su utilidad.
La corta historia del PSHA no ha estado exenta de conflictos. Unas pocas familias asentadas en zonas ricas en oro han generado más de un dolor de cabeza por su intransigencia ante el gobierno de sus tierras. Peores malestares generó la entrada de compañías mineras a territorio de la asociación Tarimiat (centro Nankints) hacia 2006. Al menos cuatro compañías se pasaron la posta de la con-
cesión del bloque minero San Carlos de Panantsa otorgada por el gobierno ecuatoriano en los mismos años en que el PSHA discutía su plan de vida propio. Aunque la resistencia shuar ha retardado el pitazo inicial de esta explotación a cielo abierto (y, al parecer, ha prevenido la concesión de nuevos bloques en la zona), todo parece indicar que el caso de Nankints es solo cuestión de tiempo.
Ángel no consigue entender las contradicciones: por un lado –dice–, el gobierno entrega recursos del Socio Bosque, y por el otro trae puros planes de minería y petróleo. Eso no es respeto a la selva –reflexiona–. “¿Hasta dónde llegan las intenciones, hasta dónde vamos a ir contra la selva que existe? Porque la fuerza que tenemos nosotros viene de la selva, tenemos respeto a nuestro bosque, a nuestras cascadas, todos nuestros saberes vienen de ahí, ahí están nuestros conocimientos que con mucho respeto y dedicación hemos heredado de nuestros ancestros que aquí vivieron”.
El bosque –repiten Ángel y Bosco– hace ricos a los shuar y les podría hacer tan autónomos como antes fueron. “Ricos en recursos, en conocimientos, en tierra, no ricos de oro, de materia, de dinero” –dice Bosco–. “Los bosques tienen sus espíritus, sus seres que cuidan al bosque. Por eso es que no es así nomás de tumbar los árboles, porque hay dueños de estos árboles, de esta naturaleza. Nosotros sabemos que alguien es el dueño de esta selva, de la ‘biodiversidad’, como dicen ustedes. Y ese dueño no somos nosotros, ni ustedes, ni el estado, ahí en el bosque hay un dueño, varios dueños”. “El bosque y el territorio le dan al shuar su autonomía” –explica Ángel–. Y prosigue: “si alguien trabaja, la tierra misma da los recursos, da el sustento. Al que sabe vivir en su territorio, en armonía, en entendimiento (todo mi pensamiento, mi corazón, mi mente sintiéndose mejor), a ese no le falta nada. Eso es tarimiat pujustin para el shuar: saber vivir en su territorio y saber coordinar con los demás. Solo entonces viene el buen vivir, pero eso más tiene que ver con otros temas”