Carta del Editor
El vocablo “metropolitano” enseguida refiere a la idea de ciudad. Por ello con frecuencia se sorprende quien oye que menos del 10% de la superficie del distrito metropolitano de Quito corresponde a ecosistemas urbanos. El resto, el 90%, son cultivos y zonas boscosas. Tampoco solemos ser conscientes de que las decisiones que se toman en las zonas urbanas del distrito tienen un efecto profundo en toda su periferia agrícola y silvestre. Esto es cierto tanto sobre las decisiones públicas –las que toma el concejo metropolitano, por ejemplo– como sobre las privadas: las opciones de consumo de cada quien impactan a la periferia.
Esta desconexión mental perpetúa, a su vez, una relación entre el campo y la ciudad signada por las asimetrías. Las ciudades se convierten en esponjas de energía y recursos que generan degradación ambiental y pobreza en el campo, mientras que, viceversa, son fuente de desechos que se vierten a través de los ríos o los camiones a los territorios aledaños.
Esta edición de la revista, al mismo tiempo, es parte de y busca promover un nuevo imaginario de quiteñidad que rompa las fronteras del concreto. La invitación es a pensarnos, desde donde estemos, de una forma integral: como parte de una unidad más amplia, dispar e interconexa. A que los quiteños sintamos como propio el campo circundante, ya no con las connotaciones colonialistas ni patrimoniales de lo propio, sino que asumamos que pertenecemos a ese campo de muchas maneras.
Buscamos, a trevés de estas páginas, el compromiso del lector con algunos de los emblemas de ese Quito natural: las áreas protegidas creadas por el municipio en el noroccidente del distrito que quieren conjugar la conservación de la biodiversidad con el uso sustentable; las actividades cotidianas de nuestros vecinos rurales, amenazadas por la voracidad minera; los osos de anteojos, insospechados e insignes habitantes de los bosques a los que pertenecemos; y sus pobladores antiguos y enigmáticos a quienes hoy conocemos como yumbos. Como broche de este especial, para nuestra sección de áreas protegidas escogimos a la hospitalaria y muy quiteña caldera del volcán Pululahua.