las selvas de Quito
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¿OSOS EN QUITO?
Esa es la respuesta que, aunque sea en la mirada de mi interlocutor, suelo obtener cuando cuento que mi trabajo es estudiar los osos que habitan en nuestra capital. No es de extrañarse. Incluso la presencia de osos en el Ecuador admira a muchos, para quienes la imagen de estos animales corresponde a los enormes negros, grises o polares de Norteamérica. Este desconocimiento se podría explicar de dos maneras. En primer lugar, la oscuridad general de nuestra fauna en la cultura urbana blanco-mestiza, en contraste a lo temprano que aprenden los niños sobre las jirafas, zebras, leones o tigres de las que los separa un océano. Pero el desconocimiento también se debe, es muy probable, a la naturaleza seclusa de nuestro oso.
Quizá la mejor ilustración de esa timidez sean las primeras investigaciones que se hicieron en el país sobre estos animales, desde finales de los ochenta, en las reservas Cayambe Coca y Antisana. Muchos de quienes los estudiaban –es decir, quienes pasaban días enteros detrás de ellos durante años– nunca los llegaron a ver, y basaban tesis completas en observaciones de heces, pelos y huellas.
EL ELUSIVO OSO SUDAMERICANO El oso andino u oso de anteojos es el único plantígrado de Sudamérica. Se encuentra en los Andes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Su nombre se debe a las marcas blancuzcas que suelen tener alrededor de los ojos. Las variaciones individuales de estas marcas, al ser únicas, son utilizadas por los investigadores para distinguir a cada oso de sus congéneres.
Como si subrayara su carácter arisco, el oso andino habita los bosques nublados y los páramos. Allí buscan las achupallas y los huaicundos –dos tipos de bromelias– que le sirven de alimento. Complementa su dieta con palmas tiernas, frutos, invertebrados y vertebrados pequeños.
A pesar de que es con bastante el más pequeño de los cuatro osos que encontramos en América, la presencia de un oso macho adulto no deja de ser impresionante; una masa peluda de hasta dos metros y unos doscientos kilos. Quizá por esto y por sus hábitos de fantasma, los mitos y leyendas que rodean a este animal son legión en los países andinos.
Se dice que es más fácil verlos en las planicies abiertas del páramo que en los densos bosques, pero es solo un decir porque, incluso en el páramo, los encuentros con un oso suelen ser rarísimos. De ahí que me considere entre los afortunados.
Mi primer avistamiento de un oso fue en la reserva Maquipucuna, cerca de Nanegalito, en diciembre de 2006, cuando trabajaba como administrador residente. Los vecinos ya me habían comentado que había osos en los alrededores, y que alguna vez fueron tantos que no era difícil cazarlos por su carne, grasa y sangre, utilizada en supuestos tratamientos de fertilidad y como elixir de la juventud. En adelante, al parecer la cantidad de osos experimentó una drástica disminución. El encuentro que tuve fue muy rápido. El oso estaba encaramado en un árbol y, al percibirnos, bajó de golpe y se adentró en el bosque. ¡No me cabía tanta felicidad! Esos pocos segundos ya me metían en el pequeño grupo de los elegidos.
Tuvo que pasar un largo tiempo y, a principios de 2008, con varios trabajadores de Maquipucuna y algunos visitantes vivimos un momento inolvidable para todos: ¡nueve osos, de diferente sexo y edad, estaban trepados en
lo más alto de algunos árboles de pacche –una especie de aguacatillo– alimentándose de sus frutos! El grupo comprendía dos juveniles, dos machos adultos y dos hembras adultas, estas últimas con uno y dos oseznos cada una. Tan chicos eran los oseznos que no comían la fruta; todavía estaban lactando. Fue una oportunidad única para fotografiar y registrar los rostros de todos los individuos. Ese fue el inicio de lo que luego sería un registro fotográfico sistemático de la población de osos del noroccidente de Quito. Desde ese año, los osos llegan a los mismos bosques durante la época de fructificación de esos pacches (época que cambia año tras año, para desgracia de las agencias de turismo) y se aglomeran para alimentarse. Cuando han devorado los pacches, cada oso toma su camino y se aleja.
Estas observaciones fueron los inicios de una pasión y compromiso de vida que perdura hasta hoy. La preocupación por los osos se convirtió en mi actividad principal; le dediqué mis estudios de posgrado y, poco a poco, les contagié el entusiasmo a algunas autoridades y otros habitantes de Quito. Así, por ejemplo, juntamos esfuerzos con la secretaría de Ambiente del distrito metropolitano, que ha financiado una parte de los estudios, y con la universidad San Francisco de Quito, para seguir estudiándolo, para declararlo como mamífero emblemático de Quito, para crear –mediante resolución municipal– el corredor ecológico para el oso andino y para diseñar un programa de conservación para los próximos cinco años.
De aquellas primeras observaciones amateur, pasamos a estudios más sostenidos utilizando cámaras trampa. Estas cámaras, que se instalan en sitios por donde sabemos o presumimos que deambulan los osos, se activan al percibir movimientos y disparan muchas fotos o tomas de video. Nuestro monitoreo con cámaras trampa es el más prolongado que se haya hecho sobre esta especie, y es el que mayor área ha cubierto, no solo en el país sino en todos los Andes. Hasta la fecha, los datos arrojados por
las cámaras trampa y nuestros recorridos de observación por una extensa región de remanentes de bosques a espaldas del volcán Pichincha han identificado 45 osos diferentes en el territorio noroccidental de Quito. Además, hemos encontrado al menos otras quince especies de mamíferos terrestres medianos y grandes (¡incluyendo cinco especies de felinos!).
Esta región no solo está cubierta de bosques naturales. Desde hace décadas está habitada por seres humanos, cuya presencia ha ido modificando el paisaje. La tenencia
informal de la tierra, el uso desordenado del suelo y las prácticas agropecuarias extensivas han derivado en varios conflictos entre humanos y osos. También hemos aprendido que la carretera Calacalí-nanegalito-la Independencia actúa como una barrera al normal desplazamiento de osos y otros mamíferos grandes que arriesgan su vida al cruzarla, o simplemente no lo hacen. Esta limitación, que pareciera insignificante, puede comprometer la salud genética de la población de osos al impedir el intercambio de genes entre individuos del un lado de la carretera con aquellos del otro costado.
La creación del corredor de conservación del oso andino resulta crucial para la sobrevivencia de esta especie. Esta iniciativa pretende conectar todos los remanentes naturales (bosques protectores, reservas privadas, áreas de conservación municipales) que se encuentran entre las reservas ecológicas Cotacachi Cayapas, al norte, e Ilinizas, al sur. Comprende más de 250 mil hectáreas de buen hábitat para los osos y otra fauna, y les brinda la oportunidad de desplazarse y dispersarse en un vasto territorio colmado de recursos alimenticios, sitios para refugiarse y territorios para procrear.
Para la buena gestión del corredor será necesario implementar actividades productivas sustentables para la gente que vive en el territorio, que ayuden a disminuir los conflictos entre seres humanos y naturaleza. Requerirá, además, la participación de la población urbana de Quito. Y demandará el diseño de una infraestructura especial para que los osos puedan cruzar las carreteras Calacalí-la Independencia y AlóagSanto Domingo (hemos comprobado que los osos no cruzan por las alcantarillas normales que se construyen para el paso de las corrientes de agua), así como el río Guayllabamba.
El futuro se ve prometedor. Las pruebas de que los habitantes de Quito convivimos con más de cuarenta osos y una elevada biodiversidad son irrefutables, y el creciente interés de conservación por parte de los habitantes rurales y urbanos del distrito permiten soñar con que esta ciudad sea la “capital mundial de la biodiversidad”. No obstante, el desafío es enorme. Todos quienes participamos, de forma directa o indirecta, en la conservación de los osos de anteojos debemos aprender más sobre ellos, asumir nuestras tareas con compromiso y exigir la voluntad política del gobierno local y nacional para protegerlos a ellos y a los hábitats donde subsisten. Es que sus hábitats son también los nuestros. A fin de cuentas, quien ha pasado por la carretera Calacalí-nanegalito ha estado ya en el corredor del oso andino