El campo en la ciudad
Áreas de conservación municipales
La mayor parte de Quito se halla fuera de la ciudad. En el recuento de María Fernanda Mejía conoceremos los páramos y bosques nublados protegidos por las flamantes áreas de conservación metropolitanas.
Para entenderlo hay que verlo en el mapa. Ubique al distrito metropolitano de Quito (DMQ). Todo ese territorio que vemos mide algo más de cuatrocientas mil hectáreas y –siendo “metropolitano”– está compuesto en su mayoría por áreas verdes y bosques. Sí, aquí también viven cientos de especies de plantas y animales. Este laberinto de cemento, lleno de casas, edificios e iglesias que llamamos ciudad, es una pequeña mancha cartográfica, apenas el 10% del distrito. Más allá de ese paisaje que se ve desde cualquier ventana citadina está el otro 90%, un verdadero santuario natural.
Esa parte del distrito –que poco figura en las guías de turismo de Quito tradicionales– incluye a treinta y tres parroquias consideradas rurales. Ahí, (en especial en las siete parroquias noroccidentales) la naturaleza no ha sucumbido ante la voracidad de la ciudad. En esa mayoría del territorio está lo que se denomina sistema distrital de áreas protegidas y corredores ecológicos, que cubre 307 mil hectáreas e incluye áreas protegodas declaradas por el municipio, veinticinco bosques protectores, la Red Verde Urbana, las áreas de intervención especial y recuperación, y dos áreas del patrimonio natural del estado (PANE): Pululahua y Cayambe Coca.
La zona rural del DMQ es tan biodiversa que se la compara con las áreas protegidas más representativas del país. Si hablamos de variedad de plantas endémicas, el DMQ está en primer lugar, antes que el parque nacional Yasuní. En cuanto a especies de aves, es la segunda; existen más de quinientas. Viven alrededor de cien especies de otros vertebrados, como el amenazado oso de anteojos y la narizona lagartija colibrí o lagartija pinocho, que se creía extinta hasta que un grupo de investigadores la volvió a encontrar, recién en 2005.
En línea con esta riqueza, la Agenda Ambiental del municipio trabaja con la visión de, si logramos hacer nuestros hábitos más sustentables, en 2022 podremos ser considerados como patrimonio natural de la humanidad. Para lograrlo hay un largo camino, en el que están involucrados
desde campesinos que viven en el área rural hasta los funcionarios públicos que generan las políticas, pasando por cada uno de nosotros.
Quito es un mosaico ecológico, de paisajes y diversidad sociocultural, aunque en el imaginario de los citadinos aún prevalezca esa arquitectura colonial que se asentó, sin pedir permiso, hace más de cuatrocientos años, como lo que nos define. Hoy, para las autoridades, la prioridad es promover otra mirada. Verónica Arias, secretaria de Ambiente del distrito, explica que se quiere construir un Quito sostenible, y para ello es necesario utilizar sus recursos de manera planificada. Mientras la ciudad crece y se desarrolla, debe haber equilibrio para que no se destruyan, por ejemplo, los pocos pulmones naturales que le quedan, sus zonas agrícolas y sus fuentes de agua.
Un citadino promedio se ufanará de tener todo a la mano: luz, agua, calles pavimentadas, centros comerciales. Sin embargo, personas como Sergio Basantes, campesino de la zona de Pacto, no cambiaría lo que tiene por ningún “privilegio” urbano. Dice que en la ciudad todo cuesta, incluso ir al baño. En su finca, en cambio, si sus hijos tienen hambre, basta estirar la mano y tomar una fruta. Sergio sabe, además, que si quiere que sus nietos, bisnietos y tataranietos también lo disfruten, depende de él cuidar su entorno. De él, y de todos los que vivimos en el distrito. LA NATURALEZA COMO ACTOR No se trata de un descubrimiento. Toda esa maravilla natural ha estado aquí siempre. Lo que pasa es que los encargados de levantar la ciudad –empezando por Sebastián de Benalcázar en 1534– no tomaron en cuenta a la naturaleza. Ha sido así por siglos, los citadinos primero hemos depredado todo a nuestro paso y luego nos hemos arrepentido porque ya no nos quedan recursos. Eso explica la contaminación del irrecuperable río Machángara, que podía haber sido una fuente importante de agua para los quiteños.
Daniela Balarezo, responsable de la unidad de Áreas Protegidas de la secretaría de Ambiente, cuenta que, hasta 2008, los planes de ordenamiento territorial –los que nos dicen cómo irá cambiando una ciudad– concebían solo el desarrollo de la ciudad construida. No había estrategias integrales para el área rural, pese a que –como vimos en nuestro mapa– es la mayor parte del territorio. Se conocía muy poco sobre los recursos naturales del distrito. Si no se sabe lo que se tiene, ¿cómo se generan políticas públicas?
Esa falta de planificación en el desarrollo rural ha traído perjuicios a la naturaleza. Si en 1986 la mancha urbana era de 7 060 hectáreas, en 28 años se ha triplicado hasta las 23 846. La tasa de pérdida anual de bosques es de 1 700 hectáreas. Se creía que la protección y cuidado de los bosques eran responsabilidad exclusiva del ministerio del Ambiente y no se calculaba –aún no se lo hace– el efecto de la construcción de nuevas vías en la deforestación.
Lo primero que se tuvo que hacer fue un estudio de la biodiversidad existente. En 2007, el Museo Ecuatoriano de Ciencias Naturales hizo una investigación en veintiún sitios del distrito, lo que sirvió para que, en 2011, se elaborara el primer mapa de cobertura vegetal del DMQ. A lo largo y ancho del territorio hay una variedad de climas: tenemos un pedacito de la zona tropical del Chocó, bosques nublados, valle interandino seco, páramos y hasta nieve. Por eso hay tanta variedad de especies en los diecisiete ecosistemas de esta irregular pero maravillosa topografía. Las zonas más bajas están entre los quinientos metros sobre el nivel del mar (en áreas como Pachijal y Santa Rosa de Pacto), mientras que el punto más alto es la cima del Sincholagua a 4 950 metros. UNA ESTRATEGIA PARA DETENER LA DEPREDACIÓN HUMANA Con información a la mano, la secretaría de Ambiente generó una estrategia de conservación con las áreas protegidas declaradas por la municipalidad como eje vertebrador: el subsistema metropolitano de áreas naturales protegidas. Este es un mecanismo para salvaguardar los ecosistemas a través de la participación de actores locales, el uso sostenible de los recursos y la coordinación entre diferentes niveles de gobierno. Como en toda iniciativa de conservación que pretenda ser exitosa, una consideración central es la interacción de los humanos con la biodiversidad.
Otra variable fundamental, más en un territorio con amplia presencia de centros poblados y zonas agropecuarias, es asegurar la conectividad de los ecosistemas. Si, por ejemplo, se construye una carretera en la montaña, sin planificación, se interrumpe la comunicación y movilidad de las especies entre las dos orillas de la carretera. Es como si pusiéramos una muralla en medio del bosque; los que se quedan de un lado ya no pasarán para reproducirse con los que están del otro. Mas no se trata de conectar solo la biodiversidad
del distrito, pues los ecosistemas naturales no conocen de fronteras políticas. Hay que crear conexiones con otras áreas naturales aledañas. Daniela dice que, antes de crear el subsistema, había un gran vacío entre las reservas ecológicas Cotacachi Cayapas, en Imbabura, e Ilinizas, en Cotopaxi, o Cayambe Coca, al oriente (en artículo sobre el corredor del oso andino se elabora sobre este tema). Quito, como área natural, es la conexión; la única posible.
Las categorías de manejo varían según las características y objetivos de conservación de un área: parques nacionales, bosques protectores, reservas ecológicas... Entre las que han sido creadas por la municipalidad se destaca la de “áreas de conservación y uso sustentable” (ACUS), pues en ellas conviven sus habitantes y usuarios con la biodiversidad. Hay familias que dependen del uso de los recursos, sea para actividades productivas o para consumo. Si hay un uso adecuado del agua, la tierra y los bosques se evitarán la contaminación de ríos, desaparición de especies, uso de agroquímicos, tala indiscriminada y otras amenazas a la vida. La participación de los actores que viven en estas áreas es, por tanto, indispensable.
Las áreas protegidas del distrito se declaran luego de estudios sobre la importancia, oportunidades y amenazas de cada una, con el respaldo de una ordenanza municipal. Hasta el momento existen cuatro: Mashpi-guaycuyacuSahuangal, sistema hídrico arqueológico Pachijal, Yunguilla y cerro Puntas. Además, se estableció el corredor del oso andino, que conecta las áreas por donde circula esta especie amenazada (ver artículo más adelante).
Todas estas áreas se han declarado gracias a la iniciativa y apoyo de las mismas comunidades involucradas. Cada área tiene un plan de manejo que, para las ACUS noroccidentales, busca una visión común de uso en base a las capacidades locales, las alterntativas productivas sostenibles y la sensibilización ambiental. Verónica Arias indica que hasta 2019 se piensa declarar otras cuatro áreas protegidas más: Nono-pichán-alambi-tandayapa, Lloa, los páramos de Píntag y los bosques de los valles secos.
Lascomunidadesdentrodecadaáreamantienen diálogos donde participan asociaciones productivas, campesinas, jóvenes y personas interesadas en cooperar. Se dialoga sobre las problemáticas de la zona, se consultan estrategias o se habla de los proyectos. Daniela Balarezo cuenta que, además, se han desarrollado actividades en cinco escuelas de las ACUS, para que los estudiantes comprendan el valor de conservar y cuidar su entorno.
Si a los niños de ese Quito colonial les hubieran explicado lo perjudicial que es botar basura en los ríos, quizá aún pudiéramos beber agua de nuestro mismo entorno sin tener que ir a buscarla cada vez más lejos, hasta la Amazonía. Si los antiguos ingenieros de la ciudad hubieran tomado en cuenta la biodiversidad de las quebradas antes de rellenarlas, talvez pudiéramos ver por nuestras ventanas quiteñas y disfrutar de un paisaje maravilloso y sano. El reto es ese: dar la bienvenida al regreso de la naturaleza en la ciudad.